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Es obvio que lo que está ocurriendo son cambios en las
formas de ejecutar el trabajo y no la desaparición del trabajo
mismo. Desde siempre, el ser humano ha tratado de aliviar
las cargas del trabajo y de que su labor sea más eficiente,
aunque no siempre ese haya sido el resultado y, por el
contrario, en etapas oscuras de la Humanidad (esclavitud,
trabajo servil, capitalismo salvaje), esos resultados hayan
significado pésima calidad de vida para los trabajadores. En
el fondo, el reto que ahora tenemos es el de que las nuevas
tecnologías, incluida la inteligencia artificial, se proyecten
también en beneficio de los trabajadores, tanto en su trabajo
como en su vida personal, familiar y social.
La OIT ha señalado que con el uso de la inteligencia artificial,
las decisiones finales en la gestión empresarial deben estar a
cargo de personas y no de máquinas. El Papa Francisco nos
habla de la necesidad de “humanizar la inteligencia artificial”.
El punto está en que las nuevas tecnologías deben ponerse
al servicio de las personas, trabajadores incluidos; y no a la
inversa. Esto es particularmente importante en el escenario
laboral. No pueden ni deben ser un instrumento de
deshumanización del trabajo.
CHOMSKY lo dijo no hace mucho en Uruguay, que a la
tecnología “se la utilizará para controlar, dominar y centralizar
el poder; o se la utilizará para liberar a los trabajadores de
actividades repetitivas y peligrosas”. 1
Como apunta AYALA MONTERO, en el llamado desplazamiento
del trabajador por la data, cabe preguntarse ¿quién crea
los robots, el software y la misma inteligencia artificial?;
¿quién produce la tecnología? ¿Acaso surgen por generación
espontánea y no por obra y esfuerzos de seres humanos?
Los robots y las máquinas –no lo olvidemos- son incapaces
1 Tomado del Diario La Prensa, de fuente de la
Agencia AFP (18 de julio de 2017), Panamá.
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