Page 19 - MEMORIA 2019
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TREN DIECINUEVE SETENTA Y TRES
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            A principios del Siglo XX, en las ciudades portuarias de la isla, la gente intentaba salir a flote en medio de

            la difícil situación económica de la posguerra. La New Port Road de la ciudad de Cardiff es una antigua

            vía romana escoltada por edificios grises, bodegas y caserones con chimeneas que dejan escapar el humo

            de la industria. Se parece a un gran mercado, topado con todo tipo y productos que se apilan a ambos lados

            de la acera. Caballos amarrados a los faroles y autos con motores ruidosos, se toman por momentos, la

            calle.


            Para Margot Lloyd la venta informal de carbón significaba el sustento diario. Boletines informativos,

            folletos y revistas populares, también son parte de la mercadería que tiene en su local. A un costado

            del  negocio  de  Margot  se  encuentra  una  galera,  en  donde  funcionaba  la  antigua  fábrica  de  cañones,

            transformada ahora en una imprenta artesanal. Periodistas, escritores y artistas, entran a laborar al local a

            diferentes horas del día.


            Margot es casi transparente, alta, con facciones alargadas que se acentúan en el invierno. Porta un abrigo

            grueso, guantes y botas largas, para poder vender a la intemperie. Nada trastoca la belleza de sus rasgos

            y la feminidad que proyecta. La muchacha fue testigo de la guerra en los campos de batalla. Percibió la

            dantesca visión de los soldados apuñalando con las bayonetas a los escasos sobrevivientes, muchos de

            ellos conocidos. Fue un acontecimiento desgarrador. El grupo de enfermeras al que pertenecía, intentaba

            revivir los cuerpos destrozados y curar las heridas; la mayoría de las veces, en vano. El carácter dulce, que

            solía tener, nunca volvió.


            La ciudad era un movimiento de gente que iba o volvía de Tiger Bay. Entre esa multitud, dominada

            por pescadores y mineros, un policía que hacía ronda por el sitio, se le acercó a Margot. Su uniforme

            no tenía rangos y llevaba como protección una pistola, casi artesanal, una cachiporra y un silbato. Con

            evidente muestra de desprecio (producto de alguna tendencia misógina oculta) le hace preguntas sobre

            el negocio, luego enciende un habano con actitud desafiante. La mujer, furiosa por el trato grosero del

            agente, apartando el humo de su cara, respondió casi a los gritos, en un inglés con acento escocés.


            – ¿Usted tiene alguna autorización para cuestionarme? La pelirroja evadió las preguntas directas y le



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