Page 24 - MEMORIA 2019
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INTER ALIA
CUENTO
Luego de que murieran aplastados los tres pescadores en el muelle ocho, Luis volvía a su casa totalmente
abatido. Había sido testigo del momento en que se rompió la grúa, el desequilibrio del armazón hizo
que el embate de los hierros partiera el barco en dos. Las heridas mortales acabaron con los marineros.
Cuando rescataron los cuerpos, algunos eran una masa deforme de vísceras y huesos. A Luis lo llamaron
a declarar; el proceso fue bastante simple: dar sus generales, jurar que decía la verdad y repetir lo mismo
una y otra vez hasta que ya no lo necesitaran más. Posteriormente supo que el caso fue cerrado, la naviera
salió indultada, los operarios libres y la aseguradora eximida de los pagos a los familiares. Los titulares
de los diarios no hablaron de la tragedia humana, solo decían: “ACCIDENTE EN EL MUELLE OCHO”.
El día después del suceso, Luis fue al velatorio de sus amigos. Un grupo de gente vestida aún con la misma
ropa de trabajo, rezaba alrededor de las tres cajas de madera rústica. El ambiente lúgubre del sitio se
acentuaba por la ausencia de luz eléctrica. Las tablas de la casa dejaban entrar la brisa salada del mar y el
piso de tierra aún estaba caliente. Los pocos asistentes se acomodaron como pudieron en la pieza. No hubo
flores; el único olor era el de las redes enrolladas al azar y el de los pescadores tristes. Con una colecta
los amigos lograron pagar el funeral. El padre de los muertos, barbado y muy débil para enfrentarse a la
tragedia, lloraba. Sabía que seguía él en la lista de la muerte, ya no había nadie en la casa; de su esposa
solo quedaba una foto amarillenta en los tablones. La viuda del mayor, una muchacha morena y bonita,
enmudecida por las lágrimas, no cesaba de agradecer a todos con la mirada. Al entierro de los hombres casi
no fue nadie, porque los patronos les descontarían el día de trabajo; solo ocho de sus amigos, incluyendo
a Luis, tomaron el riesgo. El padre y la viuda fueron los únicos familiares, en la pequeña procesión que
caminó hacia la tumba. El oscuro agujero se abría patético, dispuesto a recibir las tres cajas en el suelo
arenoso del cementerio. Diecisiete años tenía Luis cuando murieron sus compañeros en el muelle.
Luis Matoral fue el nombre que anotó en las inscripciones de la Sociedad de Trabajadores de Valparaíso.
Con sus ingresos de pescador estudió leyes en la Universidad del lugar. Cuando terminó la carrera, “El
abogado de los pescadores”, como se hizo llamar, solicitó reabrir el caso de sus amigos muertos en el muelle.
Las pruebas que presentó fueron suficiente evidencia y ganó la apelación. Cinco años antes, sus amigos
eran dejados a su suerte en una fosa común. La firmeza de sus argumentos y el conocimiento del tema le
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