Page 22 - MEMORIA 2019
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– ¡Fuego!, ¡fuego!, ¡fuego! Era la palabra que necesitaban los obreros para iniciar la rebelión. La astucia
     CUENTO  de la mujer superaba a la de los policías, incluyendo al jefe. El plan que se había estado gestando, tomaba


            lugar.


            Un griterío se desató frente a la puerta de la imprenta pidiendo auxilio. El local se transformó en un gran

            alboroto. La gente trataba de escapar por los costados del edificio con papeles y cajas en las manos. Se

            podía sentir como la angustia llenaba el callejón. El desasosiego se trasladó a los policías que contemplaban

            entumecidos. El humo olía a carbón, a tinta y a papel quemado.


            Los transeúntes replicaban los gritos horrorizados de los trabajadores de la imprenta. El crepitar del fuego

            se esparció rápidamente, dejando entrever las llamas por los cristales de las ventanas. Un resplandor

            rojizo se propagó por el edificio ante la mirada inmutable de Margot. Carretas y caballos tropezaban en un

            confuso traqueteo de herraduras. Los mismos automóviles, que usualmente dan un aire de modernismo a

            la ciudad, no eran más que torpes máquinas sobre las piedras mojadas.


            La policía empezó a sonar sus silbatos, llamando refuerzos. De la imprenta salían tantas personas, que la

            policía tuvo que abrirse paso a empujones y porrazos, trepando sobre ellos.


            – ¡Fuego! ¡Fuego! –Una maraña de voces retumbaba en el callejón y, en los apartamentos colindantes,

            la gente se asomaba a los balcones. Juntaban las manos, intentando oraciones desesperadas. Cada vez se

            escuchaban más gritos provenientes de la galera.


            El desordenado grupo de policías trataba en vano de encontrar el origen del caos. Bernard Thompson y sus

            hombres, cubrían sus rostros con pañuelos, mientras llevaban libros, bultos y máquinas lejos del fuego.

            Los lugareños colaboraron para frenar el siniestro, pero las llamas emergían sin control. Después de los

            disparos de advertencia, el tumulto huyó en todas las direcciones posibles. Margot coordinaba el trasiego

            de los documentos lejos del lugar.


            El fuego se extendió abrasando postes y vigas de madera. Cuando la policía logró organizar la ayuda,

            Margot ya se había alejado con el grupo de hombres que cargaban las cajas. La mujer echó un vistazo al

            fuego por última vez con la misma frialdad con la que había mirado el desastre de la guerra. La New Port

            Road se dibujaba en sus ojos: rojiza, ardiente, amenazada, pero en pie, igual que su espíritu.


            Oscureció y frente a la entrada de la imprenta ya no había visibilidad; era peligroso tratar de sofocar el

            incendio. Dos horas después de iniciadas las llamas, llegaron tres destartaladas cisternas –mitad carreta

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