Page 20 - MEMORIA 2019
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insiste al oficial que apague su tabaco. Por supuesto, al hombre no le interesaba nada de lo que le decía la
     CUENTO  muchacha. No pretendía obedecerla. El malhumor de ambos iba en aumento.



            Esa  tarde,  que  ya  casi  se  quedaba  sin  luz,  la  aglomeración  de  personas  olorosas  a  wiski  clandestino

            presenciaba la airada conversación. El punto culminante fue cuando el escupitajo del oficial atravesó

            el aire gélido. La mujer, con una muestra de asco hacia el gordo, le tumbó el cigarro de la mano, para

            ultimarlo a taconazos contra los adoquines del suelo.


            – ¡A mí no me engañas bruja! ¡Tú eres del grupo de los sediciosos! ¡Algo escondes, igual que estos

            sindicalistas!, ¡te salvas esta vez, pero ya nos veremos las caras nuevamente! –gritó el hombre, antes de

            alejarse del lugar rabiando, con su retahíla de improperios. Margot ignoró por completo sus palabras; solo

            lo miró difuminarse en la neblina y continuó metida en sus asuntos.


            Después  del  incidente,  muy  cerca  al  local  de  Margot,  fue  tomando  forma  un  mitin  popular.  Bernard

            Thompson, el director de la imprenta y Margot Lloyd, serían los encargados de conducirlo. A Margot le

            hervía la sangre, sentía las ganas de desahogar aquel mal trago en cada palabra de su discurso.


            – ¡Que se enfrenten los reyes, los presidentes, o los magnates y no sacrifiquen a tanta juventud en esos

            negocios malditos! ¡El pueblo sabe que el poder económico inventa la guerra! –Con esas palabras, iniciaba

            el discurso de la tarde Margot. Con el convencimiento de quien vivió la catástrofe en primer plano.


            Siguiendo los acontecimientos de cerca, Bernard Thompson admiraba la elocuencia de la mujer. Él era un

            ex marino que estilaba la barba recortada y coleta en su cabello negro. Promulgaba la igualdad de derechos

            para el pueblo. Ambos cautivaban a los trabajadores con sus temas de justicia social y derechos humanos.

            Eran los principales voceros de los gremios obreros de la ciudad. Cada día atraían más y más oyentes.


            Terminado el mitin, Bernard y Margot, convocaban a la gente a la próxima manifestación, que contaría con

            la presencia de Daniel Legrand, el promotor de la libertad de acción obrera. Aquel comerciante idealista

            traía propuestas alentadoras; su intención era que las comunas surgieran de la crisis con sus propios

            medios. Proponía una organización de trabajadores sin precedentes.


            Desde la entrada de la imprenta, se veía venir a un grupo de policías. El hombre con quien había discutido

            Margot estaba entre ellos, era el más obeso del grupo y parecía ser el de menor jerarquía. Intentaba dirigir

            la conversación con insistentes gestos; señalaba y vociferaba a la distancia, con evidentes muestras de

            enojo. Margot alcanzó a mirar de reojo a los policías, sin embargo, continuó ensimismada, escuchando el

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