Page 21 - MEMORIA 2019
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bullicioso avance del pelotón. Apartándose de sus pensamientos, intervino con voz audible:
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            – ¡Nosotros!, ¡nosotros somos el pueblo y decidimos!, ¡somos los que elegimos a nuestros gobiernos! –

            sentenció con firmeza. Confundidos por la situación, y conscientes de que se acercaba la policía, algunos

            transeúntes evadían el área. Otros comerciantes clandestinos se replegaron para disimular la huida.


            Los agentes policiales, que nunca desviaron la atención de Margot, se acercaron. El que parecía tener

            mayor jerarquía, un hombre de unos cincuenta años, alto, de bigotes rubios terminados en punta fina, se

            dirige a ella, argumentando inspecciones rutinarias por el lugar.


            –Lady, necesitamos sus papeles y los permisos de su negocio. –Margot lo miró con desconfianza. Era

            común que alguien pasara cada mes a cobrarle los impuestos, o que algún funcionario corrupto se le

            acercara con quién sabe qué intención… Conocía como se manejaba la soldadesca, siempre envalentados

            tras las armas: groseros y agresivos en su mayoría.


            Los policías no cesaban de mirar la New Port Road, con sus viejas casonas de madera a medio derrumbarse,

            ladrillos enmohecidos y paredes sin pintar. Aquel lugar daba la impresión de ser un escondite perfecto,

            pero..., ¿para quién o para quiénes?, ¿esconderse de quién? Entre las filas de los gremios había muchos

            proscritos, no por la ley, sino por el sistema autoritario. A ningún gobierno le gustaba que criticaran el

            majeo de la cosa pública, mucho menos que existiera un brazo mediático como lo era la imprenta. Margot

            alzó la mirada hacia el edificio que alojaba la imprenta, y respondió con frialdad:


            – ¿Acaso estoy robando? ¡No estoy robando! Necesito trabajar, necesito comer…


            –Estamos trabajando también. ¡Queremos ver sus permisos, saber quién es y a qué se dedica! No puede

            estar aquí de manera ilegal. –respondió el capitán. El odioso agente, con quien había discutido un poco

            antes, se mete entre ambos repentinamente.

            – ¡Algo esconde esta gente Señor! Constantemente van y vienen de allá. –comentó en voz baja al oído

            del jefe, señalando la puerta de la imprenta con la cachiporra–. Deberíamos pedirles papeles a todos allá

            adentro, saber quiénes son. –El capitán asintió con la cabeza, dando golpecitos con los dedos sobre su

            revolver.–Hagamos una inspección en la imprenta. –ordenó el capitán a sus hombres. El gordo con su risa

            sarcástica, masculló entre dientes con la mirada puesta en Margot: Gwenwyfar.


            La mujer, mucho más inquieta, levantó la cabeza de golpe y, mirando las fumarolas del edificio, empezó

            a vocear a todo pulmón:

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