Page 38 - MEMORIA 2019
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La Muerte del Detective
     CUENTO                                                                                   A Héctor De la Rosa








            Aún cuando todos lo esperábamos, la muerte del detective nos dejó mudos y sorprendidos.  Desde hacía
            varias semanas venía enfrentándose, no a los bandidos ni a los espías ni siquiera a la mafia, sino a un


            poderoso e ineludible enemigo.  Ya no buscaba a mujeres perdidas o secuestradas, o a niños raptados por
            sus padres o por extraños.  Tampoco se dedicaba a tomar fotos comprometedoras a maridos en pleno acto


            de infidelidad o a la salida de algún “push botton” u hotel de ocasión.  Mucho menos empeñaba sus energías
            en el más reciente, pero a la vez más lucrativo, departamento de espionaje industrial.  Sencillamente había


            estado luchando contra un enemigo común, contra la parca, la muerte - como se le llame, que se le instaló
            en las vísceras a través de un cáncer tenaz.






            Lo que no nos sorprendió fue la lucha timplacable y sin cuartel que ofreció hasta el último momento.


            Se  enfrentó  de  manera  rotunda  y  estoica  a  un  cáncer  de  próstata  que  lo  fue  consumiendo  rápida  e
            inmisericordemente.  Un cáncer que lo expuso a horrendos dolores, a horas, días y semanas de postración


            en una cama de hospital.  Quienes lo vieron en ese estado recuerdan que nunca pronunció un lamento, que
            negó a todos hasta el más insignificante quejido, convencido, desde siempre, que los quejosos se iban al


            infierno.






            Parecía haberse empeñado en un nuevo caso, su caso.  Y este consistía en dedicar todas sus energías, su
            paciencia y su perseverancia a vencer el dolor hasta el final.  Esa era su costumbre.  Terminar el caso y


            resolver el enigma, liberar al inocente, atrapar al culpable, obtener la información, siempre llegar al final.
            Sólo que esta vez, al final, no salvó el pellejo como en las otras ocasiones.






            El detective era un hombre extraño, aunque sencillo.  De lejos parecía completamente normal.  Trabajaba


            todos los días como el que más, de la madrugada hasta las primeras horas de la noche, se había impuesto
            un horario de 5:00 am a 7:00 pm, de lunes a sábado.  Cumplía con sus responsabilidades de hombre de



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