Page 42 - MEMORIA 2019
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Se preocupó porque el verano parecía largo y si no comenzaba a llover a tiempo no crecería bien el maíz que
     CUENTO  pensaba sembrar y lo poco que produjera se lo llevaría Don Elías.  Su mujer le había dicho que ya casi no queda


            yuca y que, esta vez, los platanales habían producido muy pocas cabezas de plátano chino.





            Un sapo se asomó debajo de unas hojas y le dio un “planazo” quebrándole una pata, se detuvo unos minutos a ver

            como el animal huía cojeando de la pata fracturada.  Luego, tomó otro trago mientras miraba la fuga del animal

            sintiéndose retratado en él, andando por ahí como si le faltara una miembro, trabajando todos los días, sin tener un
            pedazo de tierra propia en que caerse muerto y con una mujer que parecía parir un hijo cada zafra.






            Miró la botella cuando estaba casi por la mitad.  Sintió vergüenza de sí mismo cuando se dio cuenta que estaba

            llorando y que lágrimas, no sudor, bajaban por sus mejillas.  Respiró profundo autoinsultándose con la frase, “déjese
            de pendejadas, Antonio, los hombres no lloran, carajo”.






            Se limpió la cara con la manga sucia de la camisa, bebió un largo trago, paró para respirar y limpiarse un poco los

            mocos, y empinó la botella tratando de tomarse hasta la última gota.





            El exceso de licor golpeó su cerebro como un toro en una corrida de fiesta patronal y quedó tendido, dormido, en

            un surco del cañaveral.  No escuchó los gritos de los quemadores, ni el trepidar del fuego que consumía el cogollo

            y preparaba la caña para el corte.  Al día siguiente lo encontraron allí quemado y sin problemas.































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