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PRIMER LUGAR
CUENTO
CRÓNICAS ESTROGENADAS
Volver a empezar
Despertarse a las cuatro de la mañana. Amanecer sin luna. Oscuridad interrumpida por las
luminarias de la calle. Con el tiempo, el cuerpo se acostumbra a maldormir, a funcionar en piloto
automático para que el engranaje no se detenga. En algún momento de su historia ella dejó de vivir
para simplemente sobrevivir. El agua está helada y ella decide hervir un poco en la olla de hacer pasta
para echar en un tanque que siempre guarda dentro del baño, así los niños podrán usar un poco
de agua tibiecita. Pero por más que mire el agua con insistencia, no va a hervir más rápido. El sol
no saldrá por buen rato sobre la mancha deforme en la que se ha convertido la ciudad, ciudad que
extiende sus tentáculos hambrientos en todas las direcciones, sin densidad, sin planos, sin objetivos.
Hacer desayuno para Héctor y los niños, revisar maletas, despachar a Santi a la escuela en el busito de
contrato, que llega a buscarlo a las cinco y diez. A Rosita la dejan directamente en la escuela porque
queda de paso. La maleta de Santi es de Batman y la de Rosita es de unicornios, con loncheras a
juego. Santi está un poco grande para usar mochila de Batman, pero la verdad es que está buenecita
y la puede usar un par de meses más. Salir tempranito para evitar el tranque del Corredor. En un
solo carro, porque si no las cuentas no salen. Pero el esfuerzo y la logística son por el gusto, porque
todo el mundo tuvo la misma idea. Hacer un trayecto que sin tráfico toma 20 minutos, en dos horas.
Un desastre. La idea es conversar durante el viaje para compartir en familia, pero nadie dice nada. El
silencio del amanecer se traga las buenas intenciones. Adela trata de echar otro sueño. A Rosita hay
que despertarla al llegar a la escuela. Luego llegan al área bancaria y Héctor se va caminando a su
oficina. A Adela le queda la tarea de resolver dónde parquearse; coloca las manos en el volante, suspira
y piensa “Nombe no. Esto no es de Dios”.
Como la mayoría de los empleados del área financiera de la ciudad, Adela no tiene
estacionamiento bajo techo. Cuando le toca llevar el carro –ella y Héctor tienen un “sistema
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