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logístico”—, se estaciona día a día a varias cuadras de la oficina, jugándosela entre zonas de no

            se estacione, líneas amarillas e hidrantes. Adela se pasa el día con el estrés de que las grúas del          CUENTO

            Municipio no pasen cerca de su carro. Obvio que los abogados sí tienen parkings bajo techo, para los

            Porshe, las Prado y uno que otro Maserati.

                   Adela sabe que uno no se maquilla antes de llegar a la oficina, o la base se le va a derretir junto

            con el rímel y el delineador. Más vale entrar al trabajo con la cara lavada que parecer un mapache.

            Paraguas, periódico, cartera y portafolio, Adela se aventura a caminar hacia su oficina, a ver si le

            queda tiempo de corregir lo que puede. Siempre hay que lucir al mejor nivel de sus posibilidades, aun

            cuando el sueldo a veces no alcanza para cubrir los gastos que acarrea reflejar una estampa glamorosa

            en todo momento.

                   En la época lluviosa, todo se ve del color de la plata vieja y sin pulir desde los ventanales de

            piso a techo de la Torre BancoSur, al igual que desde el resto de los edificios que definen el horizonte

            de la ciudad.  Y pasa lo mismo de siempre. Todo comienza con una lluviecita pendeja. 30 grados

            Centígrados afuera y 16 adentro. O te cocinas en el trópico o te congelas en una morgue. No hay

            punto medio. Los cristales se empañan y uno no puede aguantar la tentación de escribir su nombre

            sobre la condensación.

                   Si tienes oficina en una esquina puedes llegar como a las once. Para eso eres jefe. Las gotitas

            de lluvia surcan las ventanas de los bufetes y bancos, de transnacionales y casas de valores. Los

            ejecutivos de los gigantes de las finanzas pueden mirar hacia el piso y ver a los de a pie, — que son

            los que pagan los intereses de sus casitas en el suburbio por 30 años o hasta morirse, lo que ocurra

            primero— tratando de llegar a sus trabajos para buscarse la vida. Gente promedio, con oficios

            promedio y sueldos promedio.

                   La calle aún está medio dormida. Es quincena y juega el gordito. Los billeteros agitan su

            mercancía sobre los parabrisas de los autos. Los árboles tiemblan, los pájaros salen graznando a

            toda velocidad.   Las palmeras bailan, se doblan y sacuden. El aguacero es evidente. Los charcos

            comienzan a formarse en los huecos mal rellenados con asfalto. Los burócratas del centro financiero

            encorbatados, las oficiales de banca privada en tacones y medias de nylon— o con chancletas de

            plástico para cambiarse en la oficina, avanzan saltando y tapándose la cabeza con carteras, portafolios

            o loncheras.

                   Al llegar a la oficina marca el reloj y se mete al baño para hacer un control de daños en su


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