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cuando está a un solo dólar del límite inferior. No hay elfos que laven, doblen, planchen y guarden la
     CUENTO  ropa, ni las citas médicas del Seguro o de la Privada se hacen solas. Ellos no te llaman para hacerte la


            vida más fácil. Nada de eso.  En la escuela te hablan del abecedario, pero nadie te previene que habrá

            muchas otras “letras”.  El carro, la casa, Fenosa, IDAAN, Aseo, el Corredor. Y las tarjetas de crédito

            hasta el tape. Y ni hablar de la porquería de banco con la que se metió, en el cual ningún ser humano

            te atiende.  Cuando necesita algo, llama por teléfono y se demora veinte minutos entre menúes y

            grabaciones sin color de voz.

                   Como en el caso de Adela, que la casa esté limpia no es un capricho. Da la casualidad de que sus

            hijos, su marido y hasta ella misma, son alérgicos a cualquier manifestación de polvo.

                   Los amigos llegan a casa —un poco menos cada mes— y todo debe ser perfecto. Las cervecitas

            frías, el ceviche, los patacones… Los electrodomésticos se dañan, y de la nada Adela tiene que

            conseguir 200 dólares para cambiar los cauchos de la nevera que compró de paquete hace dos años.

            Hay que darle mantenimiento al carro, lo cual puede superar con creces el precio de la letra. Correr

            a llenar el tanque, porque el otro viernes sube la gasolina. A Rosita hay que ponerla a dormir, leerle

            un cuento y enseñarle a rezar.  Con Santiago hay que conversar de lo que sea. Ya viene la pubertad y

            con ella, el abismo impresionante que se abre entre uno y sus hijos. Al mirarlo dormir, Adela hace una

            nota mental de que hay que ir a cortarle el cabello. Obvio que a la barbería, porque volver a pagar 15

            dólares por un corte de hombre, le parece un asalto.  Adela revisa la maleta de Rosita y se percata de

            que mañana tiene un cumpleaños. Siempre cumple algún niño en la guardería. Y cuando ve las tareas

            de Santiago, algo dentro de ella se pone a llorar. Pero no llora. No sirve de nada.

                   Hay que bajarle las bastas a los pantalones. Pegar algunos botones y sacar manchas. Hay que

            cocinar para llevar al día siguiente. Cosas variadas, nutritivas y apetitosas. Comer en la calle es cada

            día más pecaminoso. A Rosita no le gusta nada. Solo come huevos revueltos y salchichas. Y como toda

            ama de casa que se respeta, sabes que las salchichas dan cáncer. Pero es lo único que hay, y Adela está

            muerta de cansancio. Y mientras le empaca salchichas para la lonchera, siente que ha fracasado como

            madre. Pero todo es temporal –suspiro de Adela—,  pronto crecerán y esos momentos difíciles, serán

            solo recuerdos.

                   Y está ella.  Al final de la lista. Tiene que verse como de catálogo. Deslumbrante. Blower,

            highlights, manicure, pedicure. Quitarse el maquillaje religiosamente. Hacer que sus tres suits parezcan

            30 combinaciones diferentes. Hay que tener un blower chiquito en la cartera, para cuando el clima


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