Page 25 - Memoria2018
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falla. Ya renunció a caminar 30 minutos dos veces a la semana, porque por el amor de Jesucristo, ¡tiene

            que dormir a alguna hora! Al Diablo las cremas antiarrugas y el perfume francés que usaba desde que          CUENTO

            era adolescente. Un splash tendrá que hacer el papel del Diorissimo que ya no puede comprarse, como

            cuando era soltera. Los ocho vasos de agua al día va a tener que tomárselos con la boca abierta bajo la

            ducha, mientras enjabona sus curvas cansadas. Comer ensalada y tuna hasta el hartazgo. No contenta

            con todo esto, tiene que ser una amante como esas que salen en las novelas. E innovar en la cama,

            porque, pues el matrimonio necesita chispa, sino se vuelve un Polo Norte y en la calle las otras mujeres

            adoran meterse con tipos casados con esposas cansadas.


                   Y están los demás. La otra gente que también forma parte de la vida de Adela, y que que tiene en

            el olvido. Sus padres allá tan lejos en el “interior”. Son al menos 5 horas en carro. Y el pasaje de avión te

            sale más caro que ir a Miami. Tus hermanos con sus rollos personales. Roberto se quedó sin trabajo a los

            42 y no puede tener hijos. Y su hermana Vanessa anda pidiendo pintas de sangre para la operación de

            su hijita. Otra vez. Su mejor amiga es amante de un hombre casado y ya se te acabaron los consejos para

            que aspire a algo mejor. Ese tipo jamás va a dejar a la esposa. Todos quieren contar con ella. Y es bueno

            que no se olviden de uno a pesar de lo complicado que se volvió vivir en Ciudad de Panamá.

                   Mientras empaca el arroz con carne y tajadas de plátano maduro –como le encantan a Héctor—

            para mañana, Adela hace un alto y se da cuenta de que eso no es vida. Al menos no la que soñó. Es una

            cadena de momentos esperando ser feliz. Han pasado los años y esto no era lo que se imaginaba.  Héctor

            es un buen hombre y sus hijos tienen salud. Pero éste no era el sueño. Si tan solo tuviera las agallas de

            mandar todo al carajo y tratar de emprender una nueva vida, con sus propias condiciones, en lugar de las

            de unos jefes que se la pasan de crucero por el Egeo o pasando el summer gringo en Bali y que de a vaina

            se saben su nombre.

                   No es la primera vez que esa idea la ataca a Adela en la soledad de la cocina. Pero es la primera

            vez que siente que los ojos se le llenan de lágrimas de la vida real. “Si tan solo tuviera el valor. Irme para

            Chiriquí. Vender lo poco que tenemos acá y comenzar de nuevo…”  Y se da cuenta de que ha contraído

            una idea virulenta, que o se hace realidad o le va a carcomer el cerebro desde la nuca hasta las cejas.

            Aún no se atreve a decirlo en voz alta, porque ni ella misma se lo cree. Pero el virus se ha inoculado en

            su sangre y no puede hacer otra cosa que tirar números y pensar en cómo decírselo a Héctor. Meterlo a

            bordo de ese barco y ver qué hacen cuando llegan a ese puerto.

                   Tendrían que buscarse un trabajo. Comprar una casa. Empezar de cero, pero en una ciudad mucho

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