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un buen trabajo. Con la perfección. Se lleva los problemas de la oficina a la casa. Está on call todo el

            tiempo. Tiene a su haber decenas de horas extras que nadie le va a pagar. Nunca se sabe cuándo va a          CUENTO

            colapsar la sucursal en Shanghai, Oslo o Pireos. Nunca se sabe cuándo se va a ir la luz y se amenace la

            integridad de los servidores. Nunca se sabe cuándo a Anonymous se le va a ocurrir atacar su base de

            datos y la oficina se convierta en un blanco fácil para la segunda parte de los Panamá Papers.

                   Es duro darlo todo en el trabajo, hacer una maestría mientras estás embarazada, preocuparte

            por la empresa como si fuera tuya y tener siempre presente que no tienes el apellido adecuado para

            aspirar a una Vicepresidencia. Y no solo es eso. Pasa que es mujer y en esa firma, las mujeres no son

            material gerencial. No tiene ninguna influencia o amigo arriba de la escalera de mando. Su jefe puede

            no haberse graduado de nada, pero mientras él no se jubile, ella no puede aspirar a más que ser su

            secretaria ejecutiva sobrecalificada. Y si aunque fuera le pagaran las horas extras y le subieran el sueldo

            acorde a tu desempeño, pues bueno, no hay reconocimiento pero hay platita, ¿no?  Pero pareciera que,

            de algún modo, incomprensible y misterioso, a la firma le conviene que uno no esté bien pagado. Que

            viva apretado. Quizás para que uno se mantenga con hambre de éxito. Te ponen la zanahoria en frente,

            como sale en las cómicas.

                   Eso lo piensa Adela mientras recuerda que Santiago se está quedando en Matemáticas y que

            por más que trates de explicarle la tarea a las diez de la noche, —cuando al fin lo puedes ver—, hay

            muy pocas probabilidades de que salve ese fracaso. Un tutor está fuera del presupuesto familiar. El

            psicólogo va a costar otro bollo de plata. Y ni hablar de una rehabilitación, que va de la mano con un

            contrato de busito que lleve y traiga a Santi durante el verano.

                   Desde que recuerda, Adela ha estado rodeada de mujeres trabajadoras, incansables, creativas.

            Mamá. Tías. Maestras. Profesoras. Costureras. Abuelas. Amigas. Mamás de las amigas. Lo que es más,

            siempre le pareció que una mujer con grados universitarios que se queda en casa exclusivamente,

            no es algo común. Y aún si lo hacían, eran unas expertas en su casa. Menús variados. Vajillas para

            invitados. Jardines siempre verdes. Casas adorables, hijos y marido impecables. Nunca percibió ninguna

            de las dos tendencias como una traición a su naturaleza de mujer.

                   Hasta que le tocó atender a su propia familia. Entonces se dio cuenta de que los platos no

            amanecen limpios por arte de magia, mientras uno duerme.  Ni se llena la despensa. Ni la plata se

            estira milagrosamente.

                   Fue un poco sorpresivo ver que la chequera no se balanceaba sola ni te manda una alerta


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