Page 43 - MEMORIA 2020
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CUENTO
que no cede el asiento a los viejos, no pausé mi mirada en ofuscarme en absoluto, iba como si flotara en
la nube de mi problema. Me bajé de la chiva y de una supe que Yuya cocinaba un guacho de mariscos, el
olor llegaba hasta la parada, lo sentí desde que me bajé, conozco el toque de Yuya. También me hice el
loco moviendo la cabeza para todos lados, no vaya a ser que alguien me pidiera un poco de ese refine,
tan cara que está la libra de camarones, si quiero seguir comiéndolos tendré que hacerme pescador, y
esos sí que tienen tostada la piel.
Yuya me vio llegar y salió al paso con un plato de macarrones y una montañita de salchichas. ¡Me jodió!
pensé, el guacho sería para después; me senté en ese espacio que nos hace de sala. Ella se quedó de
pie mirando hacia la entrada de la casa, en una olla olía a mar, no sé qué era y ella nunca dijo qué. La
miré de reojo mientras le echaba kétchup al guiso, cosa que para ella es quitarle la gracia a su esfuerzo
de deleitarme con lo que hacen sus manos, así que acto seguido se da la vuelta para no presenciar
semejante sacrilegio.
Estando ella de espaldas, noté que se había calzado por primera vez las chancletas de cuero que le
regalé hace dos navidades, qué vainas de los viejos de guardar las cosas y dejarlas para quién, por eso es
que cuando mueren los familiares comienzan a pelearse hasta los pantis. Yuya era sumamente humilde,
usaba vestido de manda, esos con cuadritos grises y blancos, tiene siete, uno para cada día, esa es su
forma de guardar luto de por vida al abuelo, él murió en un hospital; allí trabajaba llevando y subiendo
papeles como mensajero, de la noche a la mañana enfermó y empeoró, nunca supimos de qué, los
rumores corrieron que se lo llevó a la tumba una bacteria, la misma que le entró al cuerpo a un señor
que operaron de la vesícula. Ambos entraron caminando y salieron en un ataúd, qué seguridad hay en un
hospital se pregunta Yuya, ninguna, se lo he dicho.
Mi abuela siempre ha usado sandalias, dice que sus favoritas eran de esas chinitas negras de algodón con
florecitas de colores bordados, eran frescas y le iban bien con ese atuendo, pero hoy se puso las chanclas
que le había regalado. Estoy convencido que las mujeres saben lo que nos pasa a los hombres sin siquiera
abrir la boca, tienen una sabiduría que impresiona y nosotros creemos que las engañamos, qué vaina,
recapacité mientras masticaba. Me quedé con los ojos colgando de la puerta, era como contemplar un
cuadro de museo ver a Yuya de tarde, seguía siendo bonita en medio de su dolor e impotencia por la
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