Page 45 - Memoria Premios IPEL 2021
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comerciantes darienitas. Por su actitud y edad, resultaba obvio que no estaba en la flor de
la vida.
De gran estatura, se le veía entrar doblado por el umbral de la puerta. En las tardes,
su cuerpo alargado y flaquísimo se enredaba en una hamaca de hilos de nailon que colgaba
en el portal. Vestía siempre camisas de blanco lino, bluyines y botas de caucho. Se cubría
la cara con la sombra de un sombrero de paja amarillenta y ala ancha.
Su vivienda era de madera y estaba pintada de celeste y rojo; ambos colores
brillaban como solo el acrílico brilla. Era demasiado color para el alemán y lo manifestó en
más de una ocasión, pero nadie se preocupó demasiado por su disgusto. Se entendió que
era un hombre de preferencias grises y frías. Aquella, quizás, fue la primera pista sobre su
misterio.
Sus costumbres iniciaron siendo apacibles y muy discretas. Desayunaba en la
fonda regentada por mama Rosí, donde pedía siempre lo mismo con un impecable inglés
al que la cocinera no estaba acostumbrada. Ella le respondía pausadamente con un acento
mucho más mestizo⎯era educada con él porque el alemán lo era con ella. Él mantenía
siempre el control sobre sus emociones y gracias a ello, pudo ocultar por varios meses las
razones de su estadía. Solo una discusión con Demetrio Gonzáles, uno de los personajes
más pintorescos de la Palma en aquellos años, lo empujó a delatarse.
Demetrio González vagaba entonces por las costas del Darién, alojándose donde
pudiera, dedicado a tomar notas de lo que a otros les parecían nimiedades. No resultaba
inusual que durmiera en casa de alguna mujer. Hoy es un hecho comprobado que dejó
vástagos en Jaqué, Sambú y la Palma, todos reconocidos con el facilísimo apellido de
González. Su encanto nacía de palabras que pronunciaba cuidadosamente y de su
capacidad para ordenar ideas de modo seductor. Usaba camisas flojas, casi siempre
abiertas hasta iniciado el vientre, y pantalones diablo fuerte. Se sabía que era el autor de
un libro llamado El jardín y los muros, obra que poquísimas personas habían visto y menos
leído. Era asiduo visitante de la fonda de mama Rosí, donde coincidió, un día y finalmente,
con el alemán.
En la agonía de una tarde, estaban algunos agricultores, Demetrio y Richard.
Mientras que Ackermann se había recluido en un ángulo de la fonda, Demetrio estaba entre
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