Page 40 - Memoria Premios IPEL 2021
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centenares de años, cuando ya nuestros huesos, descansen en el fondo de este
mar infinito.
Ahora su voz iracunda se metía en mi cabeza, como afilados cuchillos y hurgaba
en mis pensamientos, quería hablar, quería responder, señalar los motivos que me
movieron a actuar como actué; pero, el continuaba hablando y su voz ya no era un consuelo,
era una tortura más, en estas horas de angustia, de tiniebla, de frialdad.
- Nos matarán, claro que nos matarán y nos arrojarán al mar para librarse para
siempre de nosotros, porque para ellos solo somos malditos cimarrones,
palenqueros, esclavos rebeldes…
Con el tenue resplandor del amanecer, vimos los cuerpos desparramados por la playa,
mucho de ellos muertos, otros desmayados; débiles por la batalla sobre el barco o con las olas.
Con las pocas fuerzas y con un pesado caminar nos fuimos adentrando en la selva, buscando
su refugio. Agradecimos haber llegado a una tierra tan parecida a la nuestra, con su lluvia
abundante, con su sofocante calor.
La calma había vuelto y otra vez. El barco se deslizaba con suavidad. Y así, con esa
suavidad me volvía a hablar, a contar su historia…
- ¿Lo recuerdas? Dime, ¿Lo recuerdas? Fue gracias a los indios que llegamos a
Ronconcholón. Ellos rescataron nuestros cuerpos moribundos, ellos curaron las
heridas, ellos saciaron nuestra sed y nuestra hambre y fueron nuestros guías
durante tres días con sus noches…
La voz de aquel desconocido se fue apagando, hasta que solo fue un susurrar que
sentía aquí a mi lado. Sentía también el calor de su cuerpo recostado junto al mío, sentía
el calor de su aliento susurrar sobre mi cara.
- Bayano, a ti debemos la libertad de nuestro pueblo, la redención de nuestra raza.
Tu nombre retumbará en la montaña y en los ríos y en tu nombre derrotaremos, al
fin, este imperio cruel…
Ahora reconozco la voz… casi pude ver esos ojos inmensos que me miran… siento
las manos, como garras, que sujetan mi cuello y me arrancan la carne… y me ahoga, me
aprietan tanto que el aíre no entra... Sacudo mis manos, contoneo mi cuerpo y estiro mis
piernas buscando apoyo, pero el barco bajo mis pies ya no está. Una brisa suave y salada
se estrella en mi cara y una paz profunda se apodera de mi espíritu.
- He allí al cimarrón, colgado como mereciere – gritó el capitán señalando el cuerpo
rígido, del negro que colgaba del palo mayor de Galeón. – descolgadle ya y arrojadlo
al mar….
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