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La esencia en el mundo de las mujeres indígenas y campesinas
empobrecidas es que todo su trabajo es no remunerado.
La sostenibilidad de la vida para muchas de estas familias pasa por
la migración de hombres y de mujeres a áreas donde hay trabajo
remunerado, el cual, en una proporción importante, se refugia en
empleos de trabajo doméstico en hogares privados y empleos que
exigen un de bajo nivel de escolaridad.
De tal forma que las mujeres que se insertan en el trabajo doméstico
remunerado se convierten en parte de la cadena de transferencia de
recursos al capital en al menos cuatro formas:
1. Por el trabajo invertido en sus hogares de origen a su
reproducción social lo cual les permite insertarse como trabajadoras
domésticas remuneradas.
2. Por su inserción en la cadena de cuidado (nacional – global)
cuyo trabajo remunerado permite el trabajo de cuidado en el hogar
privado (por esta vía su trabajo subsidia la transferencia de recursos
de ese hogar privado al capital, por la vía de la reproducción social
de quienes están insertos en el mercado laboral).
3. Que el trabajo de cuidado en sí que realiza, es parte de un
proceso de explotación donde sus derechos están fuertemente
vulnerabilizados por contratos inexistentes, horarios extendidos
(más allá de las 8 horas); seguridad social reducida y salarios que
se quedan a la mitad de lo que perciben otros trabajo de salario
mínimo.
4. Estas mujeres en sus territorios de origen dejan personas que
requieren cuidados, para ello se crean las redes familiares, quienes
en no pocos casos lo hacen sin remuneración; pues la remesa, si se
le puede llamar así, puede que cubran para algo de alimentos.
Se trata de territorios y cuerpos que existen en contextos de graves
desigualdades y desprotección, y la sostenibilidad de sus vidas no
se resuelven con los subsidios de las políticas de protección social,
sino con un elevado ejercicio de derechos económicos, políticos y
sociales.
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