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En estas áreas las condiciones de pobreza y desigualdad económica,
social y de género son elevadas. Marcadas por una economía de
subsistencia, sin plazas de empleo para la inserción laboral de las
mujeres, ni de la población activa en general. Entre otras razones,
Eugenia Rodríguez lo ha evidenciado como un hecho que origina
mayor migración hacia las áreas urbanas por parte de las mujeres y
hombres indígenas (PNUD, 2017).
Lo cierto es que los servicios de cuidado no dejan de concebirse como
responsabilidad social de las mujeres. Hoy la mitad de las mujeres en
edad de trabajar ingresan al mercado laboral, sin embargo, ello no
ha implicado que los hombres ingresen a la economía de cuidados.
En el contexto urbano, particularmente, el sistema económico por
esta vía incrementa la cantidad de horas de trabajo de las mujeres, ya
que debe realizar jornadas de trabajo formal o informal remunerado
y realizar jornadas de trabajo no remunerado. Debo expresar que
en la realidad se observa que las mujeres de sectores populares
o aquellas empobrecidas por dicho sistema; en especial, quienes
son madres solteras, hacen arreglos familiares para que sus hijas e
hijos realicen actividad domésticas en el hogar, no obstante, en el
conjunto de la organización social se aprende que este es un trabajo
que deben hacerlo las mujeres.
A las mujeres en este sistema no nos va bien. La fortaleza de las
mujeres en estas condiciones está fuera de duda, incluso existen
miles de mujeres que además estudian y son voluntarias de muchas
causas sociales.
Existen experiencias que apuntan a crear en la agenda pública un
sistema de cuidados que sea capaz de transformar la organización
y práctica social fundada en la desigualdad de género. Esto debe
tender a reducir la carga de trabajo en las mujeres, a reducir las
brechas salariales y abrir oportunidades en su ciclo de vida para el
desarrollo personal y social.
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