Page 25 - MEMORIA 2019
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granjearon buena reputación dentro del derecho marítimo, pero también lo acercaron peligrosamente a sus
CUENTO
más férreos enemigos: los empresarios sin escrúpulos; avaros y explotadores.
A Luis le gustaba ir al muelle a contemplar el movimiento de los barcos, le recordaba su antiguo trabajo
de pescador. Era el mes de mayo y la tarde se refrescaba con el olor de la vegetación. Luis descansaba en
la punta del muelle, cuando repentinamente fue abordado por tres extraños; pensando que se trataba de
nuevos clientes, se incorporó dispuesto a atenderlos. Uno de ellos lo jaló con fuerza del hombro, el otro lo
agarró por la espalda y el tercero lo golpeó en el abdomen. Sintió puñetazos en la cara, un golpe fortísimo
en la nuca con algo metálico, garrotazos en las costillas y en las piernas, todo en un par de minutos que
le parecieron horas de tormento. Lo lanzaron al agua esperando rematarlo cuando su cuerpo saliera a
la superficie. Un malandro regordete, que reía de una forma desquiciada, esperaba a que Luis sacara la
cabeza para darle el garrotazo. Luis se fue hundiendo hasta lo profundo del agua, cuando recuperó el
sentido, todavía medio aturdido, apenas lograba ver el difuso resplandor de la luz arriba de las olas.
Su experiencia en el mar le permitió bucear tan lejos como pudo, se metió debajo de las tablas del muelle,
y una vez en el légamo, sacó con dificultad la cabeza, con dolores agudos por doquier. Los hombres se
cansaron de esperar a que saliera el cuerpo; el gordo de risa atolondrada, miraba de un lado a otro con el
garrote en la mano, seguía insistente en su cacería. Los minutos pasaban y nada…
–Este ya no sale. –dijo el más fornido de los tres, con una voz entre mandona y latosa, sin apartar la vista
del agua. Ya cansado de tanta espera, El Buitre decidió alejarse un poco y vigilar con precaución el muelle.
–Me parece que debemos esperar, no hemos visto el cuerpo. –respondió Damián, el de contextura mediana
y larga melena, a quien le atravesaba una cicatriz en forma de arco desde el pómulo izquierdo hasta la
nariz. Lo más seguro es que debiera varias muertes.
– ¡Creo que escuché algo…! –dijo nuevamente el pelilargo, quien era el único que portaba un arma de
fuego. Hizo una serie de movimientos con las manos, ya perturbado se secó la cara, se rascó el mentón y
la cicatriz. Se devolvió lentamente, luego se agachó escudriñando las olas. Empuñó el arma, pisando cada
tablón con pericia.
– ¡Vámonos muchachos! –dijo El Buitre a sus compinches, obstinado por la complicada empresa–. Aún
hay gente husmeando por aquí y el patrón no quiere testigos. Este ya saldrá flotando sin vida mañana. Le
dimos bien duro a este mal nacido.
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