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de adán, pero era muy cariñoso. Habíamos acordado no tener familia de inmediato, hasta mejorar nuestra
situación aunque el sueldo para empezar no estaba nada mal, se podía irla pasando. A los tres años de CUENTO
convivencia, abandonamos los cuidados, pero qué va, pese a los intentos no lograba quedar embarazada.
Mis amigas me decían que el cuerpo primero tenía que limpiarse de las pastillas anticonceptivas. Los
meses pasaron y nada; consulté al ginecólogo, quien no encontró ninguna condición que me impidiera
concebir. Cuando el médico insinuó que el problema no siempre era de la mujer, mi esposo se encolerizó.
Costó trabajo lograr que se sometiese a los exámenes; los resultados no fueron los mejores, pero tampoco
fueron tan terribles. Sí, su cuenta de esperma era baja, pero con un tratamiento sería muy probable tener
descendencia. Nuestros familiares nos tranquilizaban, verán, cuando se abra la fábrica no sabrán como
cerrarla. Pues miren cómo son las cosas, sus pronósticos de cumplieron, después del primogénito llegaron
los mellizos. Nos habían asignado a diferentes áreas de la ciudad. Me levantaba a las cuatro de la mañana
para preparar los biberones y el desayuno; mientras conseguíamos una empleada doméstica, una de mis
hermanas llegaba temprano para ayudarme con los niños. A más tardar a las cinco y media teníamos
que abordar la chiva, después venía el trasbordo. Cuando los chicos empezaron a asistir a la escuela, ya
habíamos ascendido y sacado un carrito, pero qué va, los tranques eran una cosa de nunca acabar.
Esa mañana de sábado, de civil, había ido a la recién abierta sucursal del banco. Realizado el
trámite, me disponía a salir cuando empezó la conmoción. El primero de los asaltantes, vestido de policía,
empujó violentamente la puerta. Al principio, hasta yo pensé que en realidad se trataba de un colega;
pero cuando gritó todos al piso, esto es un asalto, noté su acento extranjero. Había sometido al agente de
seguridad y lo traía como un escudo. El segundo y el tercero de los asaltantes se encontraban muy cerca
de mí; el falso policía le lanzó a uno de ellos el arma arrebatada al de seguridad mientras el otro sacaba de
sus bolsillos un puñado de bolsas negras. Entre gritos, los clientes que a esa hora no eran tantos, se habían
tirado al piso, salvo una viejecita aferrada a su bastón y su acompañante. El supuesto policía se plantó
de espaldas a la puerta, amenazando con su automática, mientras el que había apañado el arma corrió
hasta los dos cajeros, un hombre y una mujer, para que llenaran las bolsas. El tercero, el que había sacado
las bolsas corrió a la oficina del gerente para ordenarle abrir la caja fuerte. Parecía que todo estuviese
cronometrado; en un par de minutos los maleantes, aferrando las bolsas, corrieron a la puerta. Primero
salió el disfrazado de policía, luego el del revólver; al tercero, que no iba armado pero llevaba más bultos,
se le cayó una de las bolsas. Cuando se agachó para recogerla vi la oportunidad. Una rápida zancadilla y
zas, se fue de bruces con una maldición y le caí encima, aplicándole una llave mientras los otros corrían
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