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banco, se declaró en bancarrota; con el descrédito, abandonamos la casa señorial y nos mudamos a un

            apartamento feo y oscuro en un quinto piso. Los venidos a menos apostaron entonces por la educación de       CUENTO

            las hijas. Muy joven ingresé en la Sorbona, donde me doctoré en filosofía. En aquellas aulas conocí a Juan

            Pablo, el único hombre con quien me sentí intelectualmente dominada. Fue inevitable caer rendida a los

            pies de ese académico feo como el demonio, pelirrojo de piel lechosa, vientre adiposo, mirada estrábica y

            lentes culo de botella. Un año después, los dos disputamos una cátedra auxiliar que él obtuvo mientras yo

            quedé en segundo lugar. Conseguí empleo en un liceo de provincia hasta que fui despedida al descubrirse

            una relación sentimental con una de mis alumnas.


                   Durante cincuenta años mantuvimos una relación perfecta, con puertas abiertas de par en par. Nunca

            quise casarme—a pesar de que al principio Juan Pablo me lo pidió—porque consideraba el matrimonio

            como una institución burguesa repugnante. Tampoco quise tener hijos. Como pareja, no compartíamos el

            mismo techo. Cada uno a su arbitrio exploró nuevas relaciones, aunque tengo que aceptar que en asunto

            de amores Juan Pablo siempre se llevó la palma: en sus propias palabras, compartíamos un amor necesario

            con  espacio  para  amores  contingentes.  Nuestra  plenitud  como  pensadores  eclosionó  en  los  años  de

            resistencia y después de la liberación, cuando nos dedicamos de lleno a escribir dentro de las coordenadas

            existencialistas,  abordando  todos  los  géneros  literarios. Algunos  de  nuestros  libros  causaron  revuelo

            internacional. Junto con otros intelectuales de izquierda fundamos una revista; recuerdo que publicamos

            la entrevista que le hicimos al mítico Che Guevara, luego a Castro y Mao. Pese a los dardos envenenados

            de la tradición, el clero y la burguesía, ya convertido en uno de los pilares del pensamiento universal, a

            Juan Pablo le concedieron el premio Nobel, siendo el primero en rechazarlo: este galardón es como un

            salvavidas que se lanza cuando ya has alcanzado la orilla, declaró a los periodistas. Mis estudios en torno

            a la construcción del género, frases lapidarias como una no nace mujer, a una la hacen mujer, y abogar por

            el derecho al aborto, me hicieron una de las piedras angulares de los movimientos feministas. Por eso, al

            borde de la edad provecta, estoy agradecida con la vida. Si tuviese que redactar mi epitafio, simplemente

            escribiría que fui fiel a mí misma. Mientras existan reglas, nacerán rebeldes que intentarán romperlas.
















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