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pasajeros. Mi guardián no quedó tranquilo hasta verme instalada en una casa de pensión frente al parque

            de Santa Ana. Al principio me sentía intimidada como un ratoncito; pero pronto me familiaricé con el         CUENTO

            ritmo citadino; me corté el cabello al estilo de entonces, tipo garzón, me vestí con chemises y a la carga, a

            sumergirme en el estudio de códigos voluminosos.


                   Para evitar el estigma, durante años guardé el secreto de lo ocurrido una noche, al regresar de la

            biblioteca donde pasaba horas preparando los exámenes. Antes de encender la lámpara, unas manos me

            atenazaron. El pánico me paralizó; en completo shock, no grité ni pedí auxilio. El intruso me dominó con

            facilidad. No hacía falta mucha fuerza para doblegar a una chica menudita de apenas metro y medio. Una

            semana después, superaba con honores las pruebas finales. A los pocos meses, al sustentar la tesis sobre la

            situación legal de la mujer panameña, me convertí en la primera licenciada en derecho del país.


                   Tendría  que  esperar  dos  años  para  que,  gracias  al  requerimiento  planteado  al  presidente,  se

            promulgara la ley que levantaba la prohibición del ejercicio de la abogacía a las mujeres. Había ganado mi

            primera lucha en terreno legal. Ese mismo año, motivadas por tal circunstancia, algunas mujeres valientes

            y decididas, como mis amigas Clara Sotillo y Enriqueta Morales, formamos el movimiento feminista

            Renovación, que tenía como objetivos lograr mayor participación de la mujer en la vida política y social,

            al igual que el derecho al voto femenino. Este movimiento se convirtió en el Partido Político Nacional

            Femenino; no conformes, contribuimos a la creación de la Escuela de Cultura Femenina, donde se impartían

            clases de política, historia y civismo, para el desarrollo profesional de la mujer. En las postrimerías de

            los locos años veinte, entre el frenesí del charleston, la prohibición del alcohol y la debacle de la bolsa de

            valores, viajé a la gran manzana para doctorarme en derecho, siendo la primera latina en lograrlo.


                   Las décadas siguientes estarían llenas de luchas, victorias y fracasos, pero nunca retrocesos. Vivimos

            períodos turbulentos. En nuestro país, el surgir de Acción Popular y la firma de un nuevo tratado, David

            enfrentándose a Goliath; en el norte, los años de la gran depresión; en el viejo continente, el ascenso del

            nacional socialismo, las purgas stalinistas y, la tragedia mayor, el estallido de la segunda guerra mundial.

            Reclamar el derecho a la igualdad, a la equidad de género, tomar parte en la cúpula del poder, no resultarían

            tareas fáciles. Para las pioneras, en el otro lado del mundo, a partir de la sufragista que se inmoló en una

            carrera hípica, el esfuerzo común tomaría años para consolidarse; no fue hasta el final de la primera guerra

            mundial cuando se logra el voto femenino en Inglaterra; dos años después, en Norteamérica. En nuestro

            país, el voto condicionado se logra un año después de terminada la gran conflagración.


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