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A los cuarenta años, con mis cicatrices de guerra a cuestas, muchos se sorprendieron cuando me casé
CUENTO con un ingeniero norteamericano. Hacia el final de la década, fui la primera mujer panameña en postularme
para la vicepresidencia, por el Partido Renovador. Después creamos el Partido Unión Nacional de Mujeres.
En mi madurez, fundé el titular de menores; a los sesenta y cuatro años, cuando las feministas gringas
quemaban sostenes y participaban en furibundas marchas, me retiré de la palestra pública, entregando
la estafeta a las nuevas generaciones. Nosotras dimos los primeros pasos; las verdaderas revoluciones
se consolidan en el largo plazo. El arco de la lucha es largo pero siempre se inclina hacia la justicia.
Dentro de poco, será lo más normal del mundo que las mujeres desempeñen actividades tradicionalmente
masculinas.
POLICÍA
Para ser policía, lo primero que necesitas es una gran necesidad. En esos días, las cosas estaban
color de hormiga; nuestro padre había fallecido y siendo la mayor de cuatro hermanos, tuve que abandonar
mis sueños de estudiar en la universidad. Tenía dieciocho años cuando me presenté a la convocatoria en
el cuartel; cumplía con los requisitos de estatura y peso; siempre fui, desde la primaria, la más alta del
grupo, fornida pero atlética. Para mí no fue problema correr la milla en menos de siete minutos, cumplir
con la cantidad de pechadas y flexiones abdominales; como me había criado en el campo, desde chica
nadaba como un pez. A pesar de que soy morena, sentí que la parte más difícil era el entrenamiento
bajo el sol. Sí, usaba un bloqueador barato, pero qué va, siempre con cara y espalda quemada. Para
hacerles el cuento corto, me esmeré hasta el punto de graduarme con el primer puesto de la promoción. Mi
madre al principio se avergonzaba cuando sus conocidas le preguntaban por la mayor de sus muchachas.
Respondía la verdad porque no le quedaba otro remedio, pero siempre agregaba que me había aconsejado
que estudiara enfermería o magisterio, cualquier otra cosa más aparente. Bueno, suspiraba, cada cual debe
seguir su vocación.
Una vez que nos graduamos vino la etapa de iniciación. Algunos recibimos entrenamiento especial
para apoyar las unidades de las áreas fronterizas; después de interminables meses patrullando por mar y
tierra, lidiando con el tráfico de armas e ilegales, por fin llegaron los relevos. Nos asignaron en diferentes
áreas; en mi caso, a una ciudad próxima a la capital. Entonces consideré que había llegado el momento
para casarme: desde que conocí a mi media naranja, me llamó la atención lo pálido que era, no cogía color
pese a tanto sol que tomábamos; para mi gusto, resultaba demasiado flaco, con una prominente manzana
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