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Logramos la primera patente en la rama de comunicación secreta a partir del espectro ensanchado que
     CUENTO  permitía la comunicación inalámbrica de largo alcance; el invento fue recibido con beneplácito por las


            autoridades militares, aunque entonces no se puso en práctica. Aquel sería uno de muchos inventos, desde

            sofisticadas aparatos hasta una tableta para bebidas efervescentes. Por eso me indigna que este gobierno, al

            cual dediqué toda mi creatividad e ingenio en tiempos de guerra, me emplace judicialmente por un simple

            desliz ocurrido en medio de un lapsus propio de una mujer madura.






































                                                         INTELECTUAL


                   Por alguna travesura de los genes, vine al mundo encomendada como guerrera, con refulgente

            casco y brillante armadura, lista para desmantelar las convenciones. De haber nacido en la Edad Media,

            hubiera sido inmolada en una pira de leña verde por hereje. Nada hacía suponer que la primera hija de

            mis padres, atildados burgueses, trajese bajo del brazo no una hogaza de pan sino una afilada hoz para no

            dejar títere con cabeza. Siempre supe que quería ser escritora. Crecí en el seno de una familia pudiente,

            en un caserón señorial, educada en colegios de monjas, siendo siempre la primera de la clase. Mi padre,

            que nunca ocultó que en mi lugar hubiese preferido un hijo, no se cansaba de repetir que tenía cerebro

            de hombre. Pude haber crecido como una chica más, no tan linda pero con seso, esperando su príncipe

            azul; sin embargo, pasada la adolescencia, ante el estupor de mi ferviente madre católica, me declaré atea.

            Durante aquellos años, una sombra cayó sobre nuestra familia: el abuelo, presidente de un importante



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