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cabello bien cortado, que le caía sin sobrepasar la nuca, dejando dos aretes dobles
     CUENTO         de aro grande que tintineaban a medida que seguía con la vista la escritura de la


                    docente sobre el tablero.  Luego, en el pasillo, mientras alguien averiguaba qué

                    clase nos correspondía, pude hablarle.  Me preguntó que si iba “a la marcha” y

                    contesté que sí. “Voy con Dinia, es maestra y dirigente”, nos contó, orgullosa.  Y a la

                    marcha fuimos varios del salón.




                          Pese a los rumores, no nos atacó la policía; nos dejaron desfilar hasta cerca de

                    la Presidencia.  Allá, los que encabezaban la manifestación debieron escoger a siete

                    representantes, y estos pasaron al palacio a negociar con la autoridad; Dinia fue la









                    tercera seleccionada.  Los demás, o al menos gran parte, nos disponíamos a esperar
                    la firma del “compromiso oficial”, las horas que eso consumiera.  Sin embargo, un

                    “diluvio de proporciones bíblicas”, como me dijo ella mientras corríamos en busca




                    de cobijo, nos hizo cambiar de planes.  Chorreando agua los dos, pero riendo como



                    niños, me condujo por una calle colonial a un edificio de apartamentos, en el
                    que





                    entramos con la familiaridad de residentes.  Era la casa de Dinia, con la que vivía

                    Florbi por esos días, “mientras consiga dónde mudarme, pues mi hermana es

                    una amargada”.




                          El apartamento era de una sola recámara, acogedor y tibio.  Me indicó
                    que pasara al baño, al fondo de la recámara, a quitarme la camisa ensopada,


                    lanzándome a la vez un suéter nuevo, azul, con un letrero que daba vivas a una
                    reina de carnaval pueblerino.  Cuando salí del baño, reconfortado por el calor


                    recobrado, que quedé en una pieza.  Frente a mí, de espaldas, Flor terminaba de
                    ponerse jeans sin nada abajo y, del modo más natural del mundo, dio la vuelta

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