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su hijo. Cuando se le acabaron las palabras para advertirle que por ese camino

                    no terminaría bien, cuando se le acabaron las lágrimas para tratar de enmendar                       CUENTO

                    tantas

                    rebeldías, abrió las manos y el corazón y lo dejó partir, incapaz ya de albergar más



                    sobresaltos, avejentada como está por los achaques y doblegada por las decepciones.






                          La bolsa negra sigue afuera, amarrada con un nudo. La tiraron desde un auto de

                    vidrios oscuros, de los silenciosos, de esos que solo usan los policías o los sicarios. Y
                    ahí se hubiera quedado, por lo menos hasta que amaneciera, de no ser por los perros

                    ladrando y los recuerdos mordiéndola una y otra vez.




                          Entonces, igual que aquella madrugada de tantos años atrás, hasta con la misma

                    cojera de entonces, aunque sin su perro, abre la puerta principal y sale a la oscuridad

                    armada de un machete y su linterna, los dos tan viejos como ella misma. Corta de un

                    tajo el nudo de la bolsa macabra y alumbra hacia el hondo foso de su interior.



                          Ahora entiende por qué las voces dieron paso a tanto silencio.











                                                                             LLORAS POR FLORBI














                          La noticia la descerrajaron frente a mi rostro sin contemplaciones.  No

                    fue mala intención; ni Denise ni Miriam tenían por qué saber lo que Flor Biloni

                    representaba


                    en mi vida.  Para ellas se trataba de una excompañera de universidad, una
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