Page 96 - Memoria2017
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CUENTO pie descalzo y doblado del joven. Apenas ahogó un grito antes de notar
que, recostado a una de las paredes, su hijo parecía dormido, pero vivo.
Seguramente
extenuado por gritar tanto, llorar y gemir, se dejó vencer por el temor, la angustia y el
dolor físico de tantas heridas sufridas al caer, y por el dolor emocional al sentirse
abandonado a su suerte.
¿Cómo logró sacarlo de ahí, sola, con tantos dolores como la martirizaban?
Se lo preguntaron y se lo preguntó muchas veces, sin poder dar respuesta. Solo
sabe que no esperó por ayuda, que ella sola lo hizo con la tela de su ropa lanzada
al hueco y con la fuerza de sus palabras, mientras su perro aullaba y le respondían
otros perros distantes que quebraban la noche.
Luego seguiría oyendo esos gritos imaginados cada vez que iba durmiéndose,
con más ahínco en estas últimas noches y madrugadas, convertidos a veces en
voz, en lamentos, en gemidos desgastados que llegaban a ser gritos de terror. Nunca
alcanzó a entenderlos del todo, hasta que, unos días atrás, ya no hubo más gritos,
ni uno solo de esos alaridos aterradores que se quedaban prendidos de sus orejas
angustiadas.
Con el fin de las pesadillas, ahora la despertaba ese silencio rotundo del que ya
no se acordaba, a través del cual se oye desde la zigzagueante caída de una hoja hasta
la estela que provoca el roce de lo intangible.
Y como aquella noche, ahora los perros de la calle no dejan de ladrar, pidiéndole
sin dudas que salga a la puerta. Solo que ahora ella no está a la espera de
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