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y después de ver sus programas favoritos se iría a acostar. Yo tenía permiso de hacer lo que quisiera,
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             siempre que no perturbara la paz de un papá que se había pasado todo el día trabajando.



                    Abrí con cuidadito y encendí la luz. Aún así la puerta de metal chilló sobre su gozne. Allí

             estaban los papeles. Cuando leí el título de los dichosos documentos no pude aguantar una

             carcajada que provocó que escupiera sobre los planos... “Artefacto antigravitatorio”.  El tío estaba

             loco y sin esperanza. Si tenía alguna duda a esas alturas, aquello fue suficiente para que no cupiera

             en mi cabeza. Y esto me indicaba que había tocado fondo. No. Discúlpenme. No sólo había tocado

             fondo, sino que había colonizado el fondo y ahora era ¡Alcalde del Fondo!


                    No puedo reproducir en palabras certeras el concepto del invento, porque realmente soy

             muy mala describiendo cosas que veo dibujadas en papel. Mi noción del espacio y mi entendimiento

             de indicaciones teóricas es muy limitado. Había elementos magnéticos, eléctricos, resistencias y

             fórmulas como de fuerza, velocidad y masa. Había algunas “x”. Había números. Y pesos. Y medidas.

             Todo bastante científico para mi gusto. Yo sólo tenía


             12 años. Integrales. Diagramas de diferentes colores. Era como estar leyendo algo en otro idioma.

             Por un momento lamenté no sentir ningún tipo de interés por las matemáticas.


                    No le paré mucha bola al asunto y lo archivé en el lugar de la mente en donde uno pone

             todo lo que no sirve. Todo lo que no debe ocupar espacio en tu disco duro. “Pobrecito papi, tener

             que aguantar las loqueras del tío y pretender que tienen sentido.” Tener que seguirle la corriente

             al triple loco de Afrenio”.  Me fui a mi cuarto a mirar al techo y a llorar porque Fernando tenía una

             novia nueva. En la radio el programa de dedicatorias de las noches tocaba “She is like the wind”. Yo

             obviamente sí tenía cosas importantes en las que ocupar mi tiempo, en vez de pensar en artefactos

             gravitatorios.


                    Algunos años más tarde murió el tío Afrenio, en un episodio digno de “1000 maneras de

             morir”, obviamente. No podía ser de otro modo. Por lo que entendí, trató de investigar cuántas

             tazas de café podía aguantar su organismo y después de siete días sin


             dormir, cayó en una especie de coma por falta de sueño y envenenamiento por cafeína. Como la

             ex-esposa, a la que abandonó por la jovencísima maestra de su hijo, aún tenía la última palabra

             en caso de muerte cerebral, tan pronto le preguntaron qué se hacía con el loquillo del tío, firmó la

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