Page 48 - Memoria2017
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orden de desconexión. Fin de la historia. Fin del recuerdo.
     CUENTO  que no dejaría grandes sumas de dinero para mí. Papá se había gastado hasta lo que no tenía en
                    Pero hace un mes murió papá y me ha tocado en suerte un baúl con sus cosas. Siempre supe




             pagarme la mejor educación a la que uno podía tener acceso en aquel lugar y en aquel momento.


                    Entre lo que podemos llamar “mi herencia” me encontré muchas cosas que me arrancaron

             infinitas lágrimas. Y que sé que me harán llorar muchas veces más mientras viva. Sus discos de

             acetato. Los candeleros que hizo para mí. Las campanillas de apagar velas. Sus fotografías de

             juventud. Su colección de monedas. Su perfume a medio terminar. Sus manuscritos de inventos que

             se quedaron en proyectos. La vida no le alcanzó a papá para arreglar el mundo.


                    Debajo de todas aquellas emociones, hay una cajita que pesa como 15 libras. Entre papel

             de burbujitas, de esas que uno se pone a explotar por el hecho de ser algo muy entretenido, se

             encuentra una estructura triangular, pegada con puntos de soldadura y rodeada de imanes. Lo sé

             porque mi sortija de matrimonio ha quedado pegada al artefacto. Los bordes son suaves. Se parece

             a muchas otras cosas que hacía papá. Los acabados no


             son delicados. Puedo identificar lo que parecen unas rudimentarias celdas solares. Se parece mucho a

             aquel dibujo que vi en mi niñez, la tarde de las cocacolas y el tío descamisado. De repente el recuerdo

             va saliendo del oscuro lugar de mi cabeza en donde estaba guardado. La palabra “Antigravitatorio”

             hace su aparición en mi cerebro, salida de la circunvalación menos pensada del interior de mi cráneo.



                    Busco los planos del aparato, pero no hay nada. Nada que diga que es antigravitatorio. No

             hay ni no sólo de aquellos papeles en los que me entrometí a mis 12 años.


                    Ya es mediodía y llevo el dispositivo a un lugar en donde le pegue el sol, en caso de que las

             celdas solares aún sirvan. Siento nostalgia por mi papá. Uno nunca se conforma con decir “adiós”.

             Si uno se deja llevar por el luto, corre el riesgo de querer encontrarse a quien se ha ido en cualquier

             esquina de la vida. Acomodo el triángulo suavemente sobre la hierba. No hay ni una nube en el cielo.

             Nadie me mira.


                    Después de unos segundos, que pudieron ser minutos y con los ojos llenos de lágrimas por la

             tristeza de que papá no esté, siento cómo el aparatito triangular comienza a vibrar sobre mi regazo.

             Seguro las celdas solares se han recargado. Al menos la cosa se mueve.
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