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hacía lo posible por entender las columnas “En pocas palabras”, de Guillermo Sánchez Borbón. Me
     CUENTO  esforzaba línea por línea y leía de principio a fin. No quería decepcionarlo. Pero yo era una niña. Y


             realmente no sabía por dónde iba tabla. La palabra “gorilas” para mí, indicaba que se hablaba de

             animales, grandes animales.


                    El día que publicaron la foto del cuerpo decapitado del doctor  Spadafora, papá y mamá

             discutieron sobre si yo debía ver el periódico o no. Papá lo dobló y lo puso arriba del refrigerador.

             Eventualmente lo vi, trepándome sobre una silla. Cuando comenzó mi preguntadera, ellos decidieron

             sentarse juntos y explicarme aquello tan triste que había sucedido. Era la primera vez que yo

             escuchaba hablar de Hugo Spadafora. El médico guerrillero. El Ministro de Torrijos.


                    En David la política sabía a otra cosa. La dictadura no era tan nefasta. Las realidades

             eran distintas. Los militares no eran tan asesinos. Y el Canal no era tan importante. No éramos

             nosotros a quienes nos tocaba ver una bandera gringa ondeando bajo el sol, ni  teníamos paso

             restringido a ningún lado. Era un universo paralelo en el tiempo en el que todo quedaba lejos.

             Todo pasaba en otro lugar. Nada era local.


             Un par de años después me encontré con La isla mágica de Sinán en un rincón olvidado de la casa y

             empecé a leerla a escondidas. Mis cuentos favoritos eran el de Fifí y Barrabás y el de Pipe y la burra.

             No podía imaginar nada que tuviera que ver con el Internet. No eran tiempos mejores ni peores.

             Eran diferentes.


                    También recuerdo al tío Afrenio. Y todo lo que les he contado hasta este momento, era para

             que se ubicaran en aquellos tiempos y en mi pequeña y particularísima ciudad. Siempre tuve la

             impresión de que el tío Afrenio estaba mal de la cabeza. Bueno, no era una impresión, eso lo dije por

             respeto a su memoria. El tipo estaba fuera de su mente. Chiflado.



                   Un tilín descompensado, si se quiere. No exagero. Cuando hablaba decía cosas como “el

             cósmico”, “las potestades”o  “el plan universal”. Tenía una clérima sacerdotal para hacerse pasar

             por cura en caso de que fuera necesario burlar algún sistema de seguridad.  En casos de urgencia se

             la colocaba en el cuello de la camisilla y empezaba su show de agua bendita y rezos (aunque dudo

             mucho que se supiera el padrenuestro). Leía a Ron Hubbard. Leía a Freud. Leía a Marx.  Caminaba

             raro, se vestía raro y tenía una vida rara en general. Entiendo que fue genial en lo que hacía, pero


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