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queso. El cambio del cachado poder.
     CUENTO  intentaba sacarlos del lugar sin los debidos permisos. En las puertas de la Biblioteca había dos
                    El objetivo de las cintas magnéticas dentro de los libros era el de hacerlas sonar si alguien




             dispositivos electrónicos que leían las cintas y pitaban diabólicamente ante la presencia de un vivazo

             que se lleva el libro con la cinta sin desmagnetizar.  El juega-vivo


             no es una exclusividad de los panameños. Muy por el contrario, es un nicho de negocios a donde sea.

             Cámaras, alarmas, detectores de retina, cercas eléctricas, chips con GPS para los perros, sensores de

             huellas digitales, detectives privados, pinchado de teléfonos, el velo corporativo. La protección contra

             el juega-vivo es un negocio aquí y en Tasmania.


                    Aunque lo que hacía no era muy estimulante para su cerebro, era ideal para su situación.

             Había ido a caer en el lugar más aburrido de la tierra. La manera más gráfica de describirlo era

             como un inmenso llano, con parches de sembradíos de maíz y cruzado por carreteras interestatales.

             Tan metido en el continente, que si lo pensaba bien, sentía claustrofobia y le daban mareos y ganas

             de vomitar. Cada vez que pensaba en lo lejos que estaba del mar, sentía que se ahogaba.



                    Había otros tipos de trabajos. Estaba el que clasificaba el correo. Los que ayudaban en la

             cocina y llevaban esos ridículos delantales y redecillas en la cabeza. Los asistentes de oficina. Ana

             estaba segura de que todo podía ser mucho peor. La podían haber puesto a fregar platos.


                    ¡Cómo había el panameño en esa universidad que no era ni de primera, ni de segunda, ni de

             tercera categoría! Cuidado que ni de cuarta. Y todos pensaban que la estaban botando. O al menos

             les gustaba pretender que estaban en la mismísima Harvard!


                    Sí. La vida podía ser muchísimo peor para Ana. Podía estar recibiendo órdenes de alguien.

             Podía ser una esclava más del sistema en el que la “universidad” te ofrecía una media “beca” y

             te hacía trabajar medio tiempo para pagar el resto de lo que no cubría tu supuesta beca. Todo

             era una gran estafa. No había un proceso de selección. Nadie era rechazado. El “Convenio” entre

             la universidad y la institución financiera de préstamos estudiantiles panameña, era un negocio

             redondo. Al fin y al cabo ibas a acabar con un diploma de una universidad norteamericana en

             las manos. No era como que en alguna esquina del pergamino iba a decir que era una entidad

             de quinta. Si se ponía a pensarlo con detenimiento era un caso de colonialismo solapado. La

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