Page 53 - Memoria2017
P. 53

universidad gringa exigía un depósito directo de diez mil dólares por una maestría y te sacaba la

             mugre en una oficina o frente a una olla sin pagarte ningún beneficio. Y te pasarías los siguientes 15      CUENTO

             años pagando


             125 dólares mensuales por el privilegio de la educación. Con el miedo de que si no pagas, ejecuten

             a tu fiador que ya lleva trescientos años de estabilidad laboral. Hay gente que sabe hacer sus vainas

             bien hechas. Y sacarle plata a un país tercermundista en el camino. Oro

             por espejitos. No era la primera vez que eso pasaba en la historia de la Humanidad.





                    Es por ello que Ana se consideraba muy afortunada. Tenía un trabajo de muy pero muy bajo

             perfil. Ponchaba al entrar, saludaba Dave, el bibliotecario, que era un tipo flaquito


             y paliducho, con lentes de pasta negra, como de 40 años cuya primera opción en la vida no habría

             sido estar allí. Luego Ana se escondía en una esquina polvorienta de la biblioteca, colocaba 37

             cintas magnéticas, lo cual tomaba unos 15 minutos de su tiempo laboral, se refundía en las aguas

             de un libro abandonado por tres horas, colocaba 19 cintas más, agarraba su mochila verde, se

             despedía de Dave– cuya piel casi transparente y su mirada perdida no contaban una gran historia– y

             caminaba hacia su dormitorio, a inventar mil maneras de matar ese año fuera de casa. Entre libros

             polvorientos que nadie extrañaría. En rincones escarchados de telas de araña, polillas y olvido. Ana

             no se cambiaba por nadie. Paz y leer. Qué importaba si era un trabajo un poquito humillante.


                    Con todo, aquel era un trabajo invaluable, tenía que seguir su esquema con minucia. La

             probabilidad de pelar papas en la cocina, siempre era una amenaza sobre su cabeza.


                    Si había algo que Ana detestaba con toda su alma, era recibir órdenes. Lava el carro.

             Levántate. Anda a la tienda del chino. Haz un trabajo sobre una novela de Hemingway. Cómete los

             frijoles. Préstame tu tarea. De sus maestros. De sus amigos. De quien diablos fuera. Y todo era un

             poco peor, si las órdenes venían de un hombre. Era algo casi patológico. Al recibir una orden sentía

             cómo perdía el control. La ira la invadía. Su cara se tornaba lívida. Le era imposible ocultar el odio

             visceral que las instrucciones le causaban. Trabajar encubierta y al margen de un orden superior era

             una oportunidad inmejorable.


                    Estaba dispuesta a defender su posición. El plan era mantener un perfil imperceptible. No


                                                                                                                    53
   48   49   50   51   52   53   54   55   56   57   58