Page 59 - MEMORIA 2020
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CUENTO
Una segunda oportunidad
Estas horas de tranquilidad me han hecho meditar cómo me ganaba la vida en El Parque Metropolitano
hace algún tiempo. ¡Haber trabajado en ese asunto del bien cuida’o no fue ningún relajo!
Hago memoria de aquellas peripecias.
Tenía dos meses de haber salido de la cárcel, luego de haber pagado una condena de cinco años por
el delito de robo agravado. Esto me aconteció por la mala influencia de un amigo que me convenció
participar de un atraco contra unos sujetos en un vehículo que llevaba la plata del pago de la planilla de
una compañía constructora. Las cosas salieron mal porque me llené de temblores y nervios al momento
de la huida; perdí el control del auto y me choqué contra un poste. Nos agarraron sin mucho esfuerzo,
y antes de meternos a la celda nos trasladaron en ambulancia al hospital, pero custodiados de policías.
Demoré un par de meses hospitalizado, porque me había quebrado un par de costillas.
Al alcanzar mi libertad prometí alejarme de las malas compañías y ganarme los reales con el sudor de las
manos; buscar una nueva segunda oportunidad, un trabajo decente.
Los primeros días de mis diligencias laborales las cosas se tornaron contraria a mi suerte. Cuando llenaba
las solicitudes de empleo me preguntaban si había sido condenado por algún delito. En la sinceridad del
arrepentido les daba una respuesta detallaba de la infracción y la condena. “Grave error” me advirtió un
amigo que en esos días logró entrar a trabajar en un depósito de almacén. “No hay nada de malo en una
mentirita blanca”, me dijo convencido. Al poner en práctica el consejo del amigo, y al dar una respuesta
distinta cuando llenaba los formularios para vacantes, la empresa me pedía el historial policivo para
verificar el asunto, a causa del diente de oro con estrellita que llevaba puesto, y del tatuaje de escarabajo
apenas visible que tengo en la parte inferior del cuello. Si no entregaba el documento en el tiempo
previsto, ellos mismos averiguaban el asunto y hasta allí llegaban mis aspiraciones.
Un día de esos estaba en el parque, y saludé a uno que había estado preso conmigo en la cárcel. Al tipo
le apodábamos Chucky. Llevaba dos tanques amarillos hasta la mitad en agua y una vasija plástica con
jabón y esponja. Se detuvo por unos minutos y me saludó en forma efusiva con el puño cerrado. Le
expliqué mi situación laboral. Me dio un golpecito en el hombro y me dijo:
––Tranquilo fren, yo te puedo conseguir chamba. ––¿Cómo? ¿Y ahora diriges alguna banda?
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