Page 62 - MEMORIA 2020
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CUENTO









            aprendido en el presidio). Pensé por unos segundos en el tamaño y los músculos de Garra, y concluí
            que solo un golpe de aquel sujeto me podía dejar fuera de combate. Me animé al recordar mi palmarés


            de invicto que había ganado cuando estuve preso. Me llené de valor. Me acerqué con disimulo. Con el
            descuido y la sobreconfianza de mi contrincante, y con la ventaja de una distancia perfecta, le clavé un


            puntapié en los testículos; cuando Garra se dobló, le conecté un gancho de derecha en el mentón (al
            mejor estilo de Roberto Durán en sus mejores tiempos). El tipo cayó noqueado en la orilla de la acera


            haciendo un gran estruendo (como el descalabro de Goliat) mientras que los muchachos y la gente que
            veía la pelea me ovacionaban como si yo fuera un gladiador invencible como salen en las películas de un


            gran Coliseo Romano.
            Al rato supe que Chucky nos mandaba a decir por medio de un sujeto que estábamos despedidos, y que


            vendrían dos ex convictos amigos de él a cubrir la plaza. Nos advirtió que su decisión era irrevocable,
            porque estábamos haciendo espectáculos, dando mala imagen y perjudicando el negocio.


            Cuando regresé a la tienda a buscar mis cosas, un señor blanco de lentes y de acento gallego se me
            acercó y me dijo:


            ––¿Vos fuiste el que le sacaste la ostia al grandulón?
            ––Sí. Se lo merecía ––le dije resuelto.


            Al instante me hizo una propuesta que me devolvió la esperanza.
            ––¿Vos queréis trabajar en una de mis tiendas como jefe de seguridad?


            ––¡Por supuesto que sí señor! ¡Me acaban de despedir! ––le dije con cierta euforia.
            Al viejo no le preocupó la historia de mi arresto ni de mis años en la cárcel, ni mi registro de antecedentes


            penales. Me dijo que a él le interesaba un tipo valiente que le defendiera el almacén de los carteristas y
            los malandros que rondaban por el área haciendo fechorías. Me pagó un curso de tiro al blanco, y al poco


            tiempo me nombró jefe de seguridad.
            Abogué por los muchachos que también habían sido despedidos por Chucky, y enseguida los ubicaron


            como ayudante general, en trabajos de carga y descarga de mercancías en el depósito.
            Las cosas cambiaron para el bien de todos. Visto guayabera blanca, pantalón de tela con quiebres plisados,


            lentes oscuros, zapatos negros brillantes; uso un radio walkie talkie moderno y mantengo cerca de mí

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