Page 64 - MEMORIA 2020
P. 64

CUENTO









            de la buhonería, ya que él tenía un primo ganando dividendos en el asunto.
            Empecé vendiendo en los semáforos: bolsas plásticas, fósforos, palillos de dientes, pañuelos, y una que


            otra chuchería. En unos meses logré ubicarme en un puesto improvisado cerca de la intersección, al
            lado del señor Euclides, el vendedor de limones, mamones chinos y naranjas. Debo reconocer que las


            ganancias se dieron a mediano plazo, ya que el dinero lo invertía en otros productos para aumentar
            mayor reventa.


            Logré algo de ahorro en año y medio. Podía ampliar el negocio con un puesto adicional y un ayudante en
            otro semáforo; abrir lo que bauticé como “una sucursal de buhonería”.


            El momento funesto llegó un fin de semana. Un auto se desvió de la calle con gran velocidad y chocó
            contra las carpas y las tiendas improvisadas ubicadas en la orilla. La carreta de naranja y la humanidad de


            Euclides salvaron mi vida. El viejo Euclides cayó muerto al instante mientras que el guardafangos trasero
            del vehículo golpeó contra una de mis piernas y me hizo volar como un muñeco de trapo por el aire. Sufrí


            fracturas múltiples.
            Me internaron en El Hospital Público unos cuantos meses. Tuve que pagar con los ahorros: los gastos


            médicos, la operación, las radiografías, los medicamentos y mi cuidado personal luego que me dieron el
            alta, lo cual confié en las manos de una señora que buscaba labores como doméstica en la ciudad y que


            me había recomendado un amigo. Me gasté hasta el último real.
            Una enfermera que me atendió (el día que me quitaron los yesos) me dijo que si hubiera tenido un seguro


            y  el  talonario  actualizado  que  me  acreditaba  como  beneficiario,  habría  ahorrado  más  del  cincuenta
            por ciento del dinero invertido en mi recuperación. Otro sujeto me dijo que un pariente sindicalista le


            había dicho que la ley laboral cubría riesgos profesionales, y que la seguridad social era una necesidad,
            una obligación para el hombre trabajador. Me reiteró que la nueva ley permitía el pago de las cuotas


            voluntarias, a fin de obtener los mismos derechos en relación a otros trabajadores que laboraban para
            una empresa.


            Regresé a mis labores apoyado de un par de muletas. Le comuniqué a los buhoneros y a otros trabajadores
            informales sobre el pago del seguro social voluntario que regulaba la Ley, y la importancia de hacer las


            diligencias para tener este beneficio. Las voces contrarias no se hicieron esperar. “Seguro para qué, aquí

      64
   59   60   61   62   63   64   65   66   67   68   69