Page 35 - Memoria Premios IPEL 2021
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la sierra, negociar la paz entre los pueblos y prepararse para una guerra mayor. Retiró a
                  sus guerreros en paz. No pensó el guerrero que por ser prudente y que, por su consejo de

                  unidad dado al gran Nata, fuera considerado traición y causara su destierro.
                            Cuando la gente del poderoso Nata se retiró en silencio, el resto de los pueblos
                  empezó a retirarse cautelosamente. En poco tiempo, la llanura del Yebra quedó desierta,

                  solo  las  chozas  abandonadas  eran  la  prueba  de  todos  los  pueblos  reunidos  por  días
                  alrededor del risco de la montaña.

                           Era el tiempo de las muchas lluvias, cuando el Yebra se hinca de agua abundante
                  y arrastra con rabia los árboles y las piedras gigantes, tiempos en que Deo se hace más
                  oscura y fría y El Ngwana no alumbra ni calienta el día. Cuando las bestias y los pájaros se

                  refugian  en  silencio,  eran  esos  tiempos  lluviosos  y  tristes,  cuando  miré  a  lo  largo  del
                  horizonte del mar, las naves como pájaros gigantes que empujadas por el viento entraron
                  en la playa de blanca arena. Corrí, tanto como dieron mis fuerzas, la sangre corría en mi

                  pecho  y  mi  cabeza,  el  miedo  me  empujaba,  llevé  el  mensaje  a  los  ancianos,  hablé  en
                  presencia del Quibian y del Sukia y pagué el precio de informar los infortunios predichos
                  por los espíritus con esta maldición inmortal con la cual he visto y vivido en carne propia, el

                  sueño de Aburema.


                                                  La Agonía del Cimarrón

                           Siento debajo de mí, el mar que se sacude lentamente; en mi boca reseca, el salitre

                  que se mete y se escurre en mi garganta; las cadenas que se entierran en mi carne y abren
                  llagas profundas; la sangre pegajosa que se cuaja entre mis dedos y la oscura humedad de

                  esta bodega. Afuera, las gaviotas graznan impacientes y el barco se mece pesadamente.
                  Evito  moverme,  pero  mi  cuerpo  se  entumece  y  entonces  me  acomodo  y  otra  vez  las
                  cadenas, y otra vez la sangre, y otra vez el dolor… Mi cuerpo se fatiga, tal vez por el hambre,

                  por la sed o por la fiebre. No hemos zarpado, aún estamos en la costa. Invoco a los Orishas
                  “Oshun… Yemayá… Egúngún… Elegguá…” Otra vez, el destino me acecha y otra vez lo

                  enfrento. Conozco mi camino y espero paciente, su final. Escasea el aire en esta bodega
                  inmunda, la oscuridad se hace más pesada y ahora, solo hay silencio; calor y silencio y me
                  voy sumiendo en un sopor incontenible. Alguien me habla desde algún punto que no logro

                  ubicar; por más que abro mis ojos, no logro romper esta pesada oscuridad. Es una voz
                  ronca,  apenas  audible.  -  ¿Me  escuchas…?  ¿estás  allí...?  ¿me  escuchas…?  Intento
                  responderle, pero la saliva de mi boca se ha secado y se me ha entumecido la lengua.


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