Page 58 - Memoria Premios IPEL 2021
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La frase se detuvo en el tiempo, frente al escritor, como si fuera un pañuelo blanco
                  que la atracción de la tierra no pudiera vencer. Flotó y flotó. Y, mientras tanto, Lucí era cada

                  vez más un recuerdo.
                         No hubo sobresalto. El escritor volvió a mirar la hoja de papel que tenía delante y
                  reinició su escritura. Una frase nació:

                          «Apartada de su compañero, con quien mantiene un vínculo sideral, la mujer es
                  llevada por la bandada de pericos. El batir de alas y el ruido del parloteo la silenciaron e

                  hicieron invisible».
                         Pero dos horas después, eso era todo lo que había escrito. La quietud no le había
                  ayudado. Es más, lo había vaciado de inspiración. No le quedó más que abandonar sobre

                  la mesilla su pluma. Y se dio a la tarea de explicarse racionalmente lo que había ocurrido
                  con Lucí.
                         Alejo Carpentier y otros autores de vocación africana escribieron que algunos seres

                  podían  transformase  en  jabalís  u  otros  animales.  Pero  eran  metamorfosis  voluntarias.
                  Demetrio no creía que Lucí se hubiera percatado siquiera de lo que ocurrió.
                         Tal vez Lucí estaba en la fonda de mama Rosí ahora. Los pericos se habrían ido por

                  un lado y ella por otro. El escritor enrumbó hacia la fonda.
                         Pero  Demetrio  no  vio  a  Lucí  ahí.  Dos  o  tres  trabajadores  plataneros  comían

                  lentamente, bebían lentamente. Volvió a mirar porque la fonda estaba casi a oscura y pudo
                  haberla pasado por alto. Pero no, no estaba entre los presentes.


                         Se  sentó  frente  a  la  tabla  que,  acostada  sobre  patas  de  madera,  separaba  el
                  comedero de la cocina. Mama Rosí secaba los platos que recién había lavado. Demetrio la

                  llamó con un gesto. Ella lo vio, pero no se movió de donde estaba. Él volvió a pedirle que
                  viniera, pero aún sin hablar. Ella no le obedeció.
                          ⎯Mama Rosí, ¿puede venir un momentito?

                         Solo entonces la negra, de abundantes caderas y nalgatorio, se acercó al escritor.
                         ⎯¿Qué quieres, Demetrio? ¿Qué pasa?
                         ⎯No encuentro a Lucí, mama. ¿No la has visto?

                         ⎯No, no la he visto desde hace días. ¿Qué fue lo que pasó?


                          Entonces Demetrio narró con pelos y señales lo pasado. No calló su molestia por
                  lo mucho que Lucí hablaba, ni lo imaginado sobre los pericos.



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