Page 26 - MEMORIA 2019
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Los hombres se alejaron del lugar con paso firme y apresurado, haciendo ademanes que demostraban
CUENTO nerviosismo y rabia. Nunca vieron el cadáver que certificaba su trabajo; para ellos era un enredo al que no
estaban acostumbrados. Metido en el fango, Luis respiraba hondo, los golpes le habían hecho mella en sus
costillas y sentía que le faltaba el aire. El tabique nasal le dolía demasiado y sangraba profusamente por la
boca. Se colgó débilmente de los pilares del oscuro muelle para sostenerse.
Amaneció y, a medida que los botes se hacían a la mar, el hombre retomaba poco a poco la confianza.
Logró escurrirse con dificultad hasta la orilla, en ese momento ya cobraba vida el puerto. El aparente
peligro se desvanecía con la llegada de los pescadores.
Luis no salió de su cuarto en toda la semana. Su casera le ayudó con las curaciones entre una andanada
de preguntas, que, por supuesto, él evadió, aduciendo una riña de bar. La casera sabía que eran golpes de
consideración, sin embargo, respetó su silencio. No bien se había repuesto de los golpes y los moretones,
cuando recibe una llamada de la Oficina Central de la Sociedad de los Trabajadores de Valparaíso:
–Señor Matoral, queremos pedirle que esté dispuesto, si así lo desea, a representar a las Asociaciones
Obreras en la reunión de la OIT que se efectuará en Santiago de Chile. Usted sabe…, es importante tener
a alguien que eleve las peticiones de nuestros trabajadores y su experiencia nos aportaría mucho. ¿Quién
más que usted señor Luis? Este año queremos enfocarnos en los problemas del sector pesquero. Sabemos
que lleva un caso desde hace tiempo, y este guarda relación con los conflictos de nuestros camaradas.
Además, consideramos también que es una oportunidad especial para elevar el caso a otras instancias
legales internacionales.
El hombre, entre una sonrisa de triunfo y algunos ayes, respondió afirmativamente. Fue la última semana
que la casera vio a Luis como inquilino. Su caso iba tomando rumbo; los sueños de aquel humilde pescador
poco a poco se consolidaban. Finalmente, los eternos descontentos, tendrían una voz, la de Luis Matoral,
el hijo de Inés Durbio y Sebastián Matoral.
El Buitre, Gordo y Damián, regresaron, semana tras semana, a buscarlo al muelle. Los malhechores
investigaron el domicilio de su oficina y entraron por la noche a la fuerza, pero la encontraron vacía,
como si alguien se les hubiera adelantado, o como si se hubieran equivocado de lugar. El Buitre resoplaba
cuando estaba enfadado. Esa noche, de tanto resoplar, convulsionó y quedó contorsionándose en el piso
del local. Allá lo dejaron sus colegas. Al día siguiente los otros dos matones se dirigieron al que solía ser el
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