Page 37 - Memoria2018
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perro en el ombligo del periódico.
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                   Cuando piden parada en la estación de la Iglesia del Carmen tratan de bajar rápidamente, pero

            Genaro no puede escapar de que la mujer que le cedió el puesto “accidentalmente” le roce la espalda

            con sus pechos. Genaro suspira y baja del bus. No tiene tiempo ni ganas de armar una escena. En la

            parada le da la mano a un papá que sube con su bebé recién nacido envuelto en una sabanita azul.

            Seguro es una niña.


                   —Adiós bellezassssss, se despide la conductora del Metrobus, y continúa su monótono ir y venir

            por la ciudad.

                   Juan Carlos y Genaro ni siquiera se quejan. Nada sirve de nada. Solo pueden apresurarse a llegar

            a la U. Allí los hombres están razonablemente a salvo. Pero eso es relativo.


                   Al llegar al lobby de Arquitectura se encuentran a Rómulo y a Ricardo. Rómulo llora

            desconsolado y Ricardo trata de calmarlo.

                   —“Ey bro, cálmate, ¿qué pasa?” le pregunta Genaro. “¿Te podemos ayudar?        —Cha, man,

            es la profesora Virginia López. Me ha dicho que si me interesa pasar Dibujo Comercial, tengo que salir

            con ella. Sabe que estoy quedao´.


                   —Áyala bestia, fren. Qué problema. Pero chilea, ¿y si lo denuncias con la Decana? Ella es bien

            buena gente. Es mamá de cinco hijos varones. Ella te va a entender.


                   —Bro, para cuando eso se resuelva ya todos se van a haber graduado. Y yo por ahí llorando

            como un pendejo. Qué va manito, yo mejor la repito el año que viene. Porque esa doña ni es. ¡Vieja

            verde!, conmigo se va a joder—, contestó Rómulo entre llanto. El suyo no era una ñañequería, era un

            llanto de impotencia y de asco. De resignación. Del que sabe que es víctima de una injusticia y que se la

            va a tener que aguantar.


                   —(Sollozo de Rómulo) Chucha, yo sabía esa vaina, awebao, desde que entré al fokin salón. La

            doña me desvistió con la mirada. Una descarada. Qué vaina más incómoda. Parecía que nunca había

            visto a un hombre en su vida. —Rómulo se restriega la nariz con el antebrazo y se lleva la mano a la

            frente. —¡Qué situación más cabreante!


                   —Bueno Rómulo, si ya decidiste que no vas a hacer nada, tú tranquilo que esa materia no te

            va a parar ninguna otra. La vuelves a matricular, y punto—, le dice Genaro alzando los hombros, como

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