Page 34 - Memoria2018
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mirar al jefe de producción quien coloca el puño izquierdo frente a su boca. “Esto es televisión en vivo.
CUENTO Si no lo paso yo, alguien más lo va a pasar” piensa el Jefe de producción y luego de una mini batalla con
su conciencia señala al asistente con el dedo índice de su mano derecha en franca señal de proceder. El
asistente corre hacia el camarógrafo moviendo la cabeza de arriba abajo varias veces. El camarógrafo
dispara hacia la mano del Alcalde y saca un zoom de la pantalla del teléfono.
Y en ese momento, en miles de hogares, pantallas de computadora y teléfonos celulares, sale
la fotografía a colores de una muy joven Sofía Hernández, modelando un corpiño de lencería delicada
en encaje de color marfil. Es una fotografía de inmejorable resolución, en la que Sofía sale de cuerpo
entero, descalza y mirando a la cámara con coquetería.
Sofía trata de dominar la situación lo mejor que puede. No por vergüenza, sino porque ha
recibido un golpe bajo el cinturón en televisión nacional. Todos sus proyectos, sus estudios, sus logros,
sus horas de trabajo incansable para diseñar una ciudad con sitio para todos, se van a ser medidos por
esa fotografía desde ese momento en adelante. Y para siempre.
Un instante en el tiempo. Una fotografía profesional, de buen gusto.
Podía ponerse a la altura del Alcalde. Podía justificar que las fotos son artísticas y que le habían
ayudado a pagar deudas universitarias y a sacar su carrera adelante. Que no estaba mal aprovechar una
oportunidad de trabajo digno para seguir adelante. Que no era una chica mimada. Que nunca había
conocido a su padre y que su madre había hecho lo imposible por sacarla adelante. Que una mujer
era más que un cuerpo o una decisión. Que tenía muchas dimensiones y estaba orgullosa de sí misma.
Podía hacer cualquier tipo de intento para salir de aquel traspiés, pero ya los votantes no la estaban
escuchando. Para ellos no era ni siquiera una modelo de lencería. Era simplemente una mujer sacando
ventaja de su cuerpo. Ni los grados universitarios ni los logros de sus cuarenta años de vida ciudadana
contaban en ese momento. Solo la sonrisa triunfal de su oponente. La tecnología que no deja que el
pasado sea pasado. El amarillismo y el morbo. Esa sociedad que no perdona a las mujeres…
Sofía no estaba avergonzada. No le daba la espalda a la Sofía de hacía 18 años. A la chiquilla que
quería una oportunidad por sí misma. A la pelaíta que había aceptado una excelente paga por modelar
ropa interior para una revista publicada en Argentina, porque la beca que se había ganado no alcanzaba
para pagar las cuentas de la familia. Había llegado hasta allí con esfuerzo y trabajo, sin influencias ni
padrinos. Haciendo mucho más de lo que se esperaba de ella. Trabajando horas extra que nadie le iba a
pagar. Trabajando con amor y con vocación. Con ganas de hacer la diferencia.
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