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Pero él ya está acostumbrado. Es tan incómodo. Los piropos de las trabajadoras de la
     CUENTO  construcción se recrudecen y Genaro aprieta el paso mientras agarra su mochila con ambas manos


            en vez de llevarla al hombro. Es lo mismo todos los días. Juan Carlos lo espera en la esquina y lo hace

            sentir un poco más seguro. Juntos cruzan la calle por la línea de seguridad para ubicarse en la parada

            de bus, rumbo a la Universidad. Ambos estudian Diseño Gráfico en la Facultad de Arquitectura.  Algún

            día tendrán carro y no tendrán que aguantar los piropos indeseados en la calle.

                   —Chuleta, Juanca, ayer me monté en un Uber porque iba tardísimo a la U, y la conductora no

            dejaba de mirarme la entrepierna por el retrovisor. Me ofreció agua, pero me dio miedo de que le

            hubiera puesto algo. Hay que ser muy desconfiado. Luego me estuvo chateando y me mandó una foto

            de sus pechos, Manito, lo que uno se tiene que aguantar…


                   Mientras esperan en la parada ambos reciben un par de silbidos más desde los taxis amarillos

            al otro lado de la calle. Mujeres de cuarenta y tantos les pitan para llamar la atención. Ellos fingen que

            no se dan cuenta. En el edificio que se alza frente a ellos, hay una publicidad de relojes con un modelo

            de torso desnudo con las manos tras la espalda, como encadenado por hermosos Tissot y una leyenda

            “Prisionero del tiempo”


                   —Ignóralos, dice Juan Carlos, ya casi llega el Metrobus.

                   La conductora se detiene y mientras los chicos pasan las tarjetas de cobro, la mujer los escanea

            de arriba abajo, diciendo “Adelante mis reyes”. Luego grita “Me le dan un asiento a este par de

            pastelitos, por favorrr” —.


                   Ambos caminan hacia el interior del bus, e inmediatamente dos mujeres se ponen de pie para

            cederles los asientos. Los chicos se sientan en hileras continuas, pero la chica que le dio el puesto a

            Genaro se coloca frente a él haciendo que su minifalda casi le roce la cara. Instintivamente, Genaro

            coloca su mochila entre su cara y la pelvis de la muchacha. A Juan Carlos una abuelita le está babeando

            el hombro en el puesto del otro lado del pasillo y a él le da un poco de lástima quitarse. Es cosa de

            todos los días.  Hay que aprender a vivir con eso.

                   Durante el trayecto Juan Carlos hojea un ejemplar de la Crítica que la señora que le dio el

            puesto ha dejado sobre el asiento. La portada es “Se prendió el rancho: mujer enciende la casa en

            donde su exnovio se ha mudado con los dos hijos de la pareja”. “Nos están matando y nadie hace

            nada”, piensa el joven, mientras asqueado ve un poster de Maluma semi desnudo y con un collar de


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