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de peces que para él era lo más fascinante que existía. Podía cuidar de los peces mientras imaginaba

            la laguna como un inmenso mar con especies multicolores y de los tamaños tan diversos como nadie             CUENTO

            lo imaginaba. Las primeras cosechas de peces y camarones fueron muy positivas. El padre de Jacinto

            estaba muy satisfecho  e invirtió sin pensar en todo lo necesario. Le compró a Jacinto una panga con su

            motor fuera de borda para que pudiera andar por la laguna y todos los requerimientos científicos que

            necesitaba. Él hizo una fiesta con el regalo y era el hombre más feliz que podía existir en toda la provincia.

            Muy temprano en las mañanas iba a la laguna y navegaba por un mar infinito, por el vientre de un océano

            sin tiempo, vislumbraba catedrales sobre islas perdidas. Él era Marco Polo, Simbad o un antiguo vikingo.

            No había otro momento más feliz para Jacinto que ir a la laguna. Atendía la laguna con esmero y realizaba

            experimentos con el tratamiento de las aguas. Cuando Jacinto estaba en la laguna todo el tiempo era un

            lenguaje de imágenes, un mágico tiempo mítico en que dejaba de ser Jacinto. En pequeños intervalos

            que eran como minutos, él gravitaba y casi levitaba sobre historias marinas que lo devolvían a lejanías

            que ni siquiera él entendía qué tan lejanos estaban.


                    Cada madruga Jacinto se arrojaba al mar buscando tierras prometidas en regiones ancestrales.

            Una vez, mientras flotaba ensimismado sobre el barquichuelo, estuvo seguro de ver una cola de pez

            salir a la superficie; era demasiado grande para que fuera una tilapia u otro pez. Él había leído algunas

            historias de seres y criaturas marinas que le parecían seres extraordinarios. Estaba seguro de que eran

            criaturas hermosas y, aunque las fábulas decían lo contario, las imaginaba reales como los navegantes.


                   Una mañana en que Jacinto hacía unas pruebas en la laguna para comprender cómo la corriente

            saludable esparcía los vectores de nutrientes al ecosistema, vio una vez más la enorme cola y en esta

            ocasión pudo ver claramente que era una sirena. Él hubiese dudado de lo que sus ojos vieron porque

            su formación científica le impedía creer en seres mágicos, pese a que le fascinaba imaginarlos en sus

            fantasías y aventuras; pero cuando vio a la muchacha con sus cabellos negros y su piel pálida, la más

            hermosa que ni su imaginación hubiese logrado imaginar,  pegada a una cola de pez, y que gravitaba en

            la superficie de la laguna, no dudo de que ahora tendría que cuidarla.


                   Cuando se acercaba el día de pescar otra camada de peces, Jacinto se aseguraba de que no

            atraparan con las redes a la sirena. Su padre decía que el negocio estaba prosperando impulsando otras

            actividades comerciales que,  a la vez ayudaban a otras. A Jacinto solo le preocupaba que no fueran a

            encontrar a la sirena.  Nunca fue para él tan complicado un trabajo como esconder una sirena. Como la


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