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CUENTO El fin de la luna
“Un astrónomo de la antigüedad griega, llamado Aristarco, nacido en Samos, una de las islas del archipiélago
de las Espóradas, en el mar Egeo, fue el primero en afirmar que la tierra giraba sobre su propio eje y, además,
alrededor del sol. A base de sus propias observaciones, desarrolló un método para calcularlas distancias relativas,
desde la tierra, entre el sol y la luna”.
Nadie sabe porque la luna se acercó tanto a la tierra. Los científicos e investigadores de diversas
ramas tenían teorías distintas: unos decían que tenía que ver con la expansión del universo y con la
aparición de nuevos planetas cuya fuerza de gravedad empujaron la luna hasta la tierra; que la causa
se debía a una fuente casi estelar de radio con un gigante agujero negro en el centro que absorbe la
materia elemental y la calienta; que en el centro de la galaxia se había producido una tormenta de
estrellas y gases en explosión que pudieron mover a la luna; otras teorías eran algo más raras, como el
intento nervioso de cultivar células humanas en el universo provocó una saturación de células renales
que afectaron la órbita del satélite; algunos decían que se debía a la aparición de gigantescas nubes de
hidrógeno en la galaxia que se estaban moviendo a gran velocidad; los más esotéricos se lo atribuían a
las pirámides o las estatuas en la Isla de Pascua, incluso a poderes místicos de unas ruinas de iglesias
nórdicas en Groenlandia.
En un intento desesperado las mejores mentes del mundo acudieron a los textos griegos y releyeron
las teorías de Aristóteles y Aristarco. Pensaron que si aquellos hombres habían podido descubrir que la
tierra era redonda solo con estudiar su sombra, había que estudiar la órbita de la luna con las mismas
miradas y pensamientos de la antigüedad usando la tecnología moderna. Pero lo primero que había
que hacer era convencer a los gobernantes de que de una vez por todas escucharan a los científicos
porque nunca lo hacían y ahora estaban a punto de arrepentirse de tanta indiferencia. Si la luna se
acercaba demasiado y no se tomaban las precauciones científicas necesarias, sería el fin. Sobre todo les
preocupaba que descubrieran que la luna, justo como se le había imaginado los poetas, era de queso.
La primera en probar la luna fue una niña. Ella la había estado contemplando desde la ventana de
su cuarto del edificio. La ciudad era un océano de rascacielos que como un campo se extendía dejando
ver los caseríos que rodeaban la urbe. Ella había escuchado el rumor que decía que la luna era de queso
y quiso probarla. Le pidió a Alfonso, su mejor amigo, que la ayudara con la escalera para treparla en
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