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el techo del edificio. Desde allí podían sentir la frescura de la luna e incluso su olor que de pronto les
pareció que era de vainilla. Colocaron la escalera para que cayera entre dos grandes cráteres que la luna CUENTO
dejaba ver junto a miles de pisadas de otras personas que también subieron pero con otros intereses.
Se podía ver a la gente acampando, tomándose fotografías, desfilando en distintas direcciones. Las
autoridades habían prohibido construir en la luna porque algunos precaristas intentaron lotificar algunas
partes y comenzaron a clavar estacas y a levantar pequeñas casitas que poco a poco fueron poblando
la luna. Se prohibió construir sin permiso en el satélite, pero a nadie se le ocurrió, hasta entonces, darle
una cucharada, solo a la niña que tenía, no malas intenciones, porque una niña no actúa con malas
sentimientos como se suele pensar de las niñas traviesas. Además, ella no tenía la culpa de que le
hubieran dicho que la luna era de queso y ahora para colmo olía a vainilla. Alfonso le sostuvo la escalera
y ella solo estiró un poco su mano de niña y hundió la cuchara como si fuera una gelatina blanca logrando
sacar un buen pedazo. Luego se la llevó a la boca y sus ojos de almendras brillaron con el resplandor de
la luna. Está buena, dijo y le dio otra cucharada a Alfonso que se puso a bailar a penas a probó.
Lo cierto es que bastaba con vivir en algunos de los cerros de los suburbios o en uno de los
enormes edificios de la ciudad para poder subir a la luna de un breve brinco. Los pobres la contemplaban
con envidia y deseos de poder treparse. Desde abajo de los edificios gigantes ellos la miraban con sus
ojo de pobres, aunque en realidad eran muy felices con ver a la luna tan cerca. Los más ambiciosos, los
dueños de corporaciones y de grandes empresas empezaron a planear la forma en que le podían sacar
provecho a la luna. A ellos sí se les permitió construir lujosos hoteles cuya oferta solo podían acceder los
más ricos del mundo. Hospedarse en la luna y pasar las vacaciones allí era lo que estaba de moda entre
los más pudientes. Otros empezaron a imaginar los minerales y las piedras preciosas que podían tener
del astro, incluso pensaron en que podía contener agua en sus entrañas. La sola idea de pensar en agua
lunar a cambio de agua de manantial le hacía sonar las cajas registradoras en sus mentes.
Esto preocupaba más a los científicos que habían advertido con serios informes que la luna no
se podía explotar como hasta ahora lo habían hecho con la tierra. Ahora estaba en riesgo que el campo
magnético de la luna tendría implicaciones sorprendentes generando una simbiosis gravitacional sin
precedentes. Sin embargo, pese a todas las advertencias de las mejores mentes del mundo, los políticos,
mandatarios y empresarios parecían más preocupados por descubrir si la luna podía ser fuente de
grandes riquezas.
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