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CUENTO                                                        PALABRAS SOBRE EL ESPEJO


















                          Benigna hablaba de la muerte como una vieja amiga. La conocí cuando tenía


            86 años, pero me cuentan que fue así desde siempre. No se trataba de que su madre hubiese  muerto

            cuando  la  parió,  es  que  también  a  los  9  vio  morir  a  su  abuela mientras cantaba una tonada

            antigua, (“el Día de la Cruz”, me dicen que precisaba ella),  como  a  las  once  de  la  mañana,  cuando

            sobre  las  tejas  seguía  golpeando  el mismo aguacero que caía desde la tarde anterior. Al volver los

            habitantes de la casa, a eso de las cuatro, Nina, como todos la llamaban, ya tenía a su abuela vestida

            con el sudario que se mandó a hacer, 22 años antes, al morir su esposo durante la Invasión. A Nina le

            tocó auxiliar, igualmente, en sus últimos estertores, a la hermana mayor, víctima de la tuberculosis, y al

            hermano del medio, que se fue del mundo antes de la hora, para cobrarle por el engaño a la primera

            mujer con la que habló de amores. Todo  eso  antes  de  que  ella  alcanzara  los  veintiuno,  edad  que

            por  entonces emancipaba a los hijos, y cuando ya no era raro que la gente acudiera a Nina, a falta de

            un cura oportuno, cada vez que un pariente se hallaba in extremis, porque sabía

































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