Page 45 - MEMORIA 2019
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Al voltearla observé que en sus rodillas, piernas, brazos, manos partes de su piel había desaparecido como resultado
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            del raspón que se hizo contra la calle.  Tenía una herida en la cabeza señalada por el desprendimiento de un mechón

            de cabello que, de seguro, la obligaría a rehacer su corte de cabello y cambiar su peinado, cuando le quitaran las
            vendas.  El paramédico la trataba con tanta delicadeza que se me ocurrió que tenía varios huesos fracturados,

            especialmente en las costillas y el brazo que guindaba en forma extraña, como una letra rota.  Tardaban en subirla

            a la camilla.





            El policía tenía su cartera negra, del mismo color que el zapato que aún le quedaba puesto, el otro voló por los aires

            cuando el accidente.  Buscaba entre sus documentos intentando saber quien era la atropellada.  Me imaginé que sería

            un trabajo difícil encontrar algo en la cartera de una mujer, poorque estas son verdaderos triangulos de las Bermudas.

            Sus manos daban vueltas, revolvían, trajinaban tratando de llegar al fondo del bolso.  Vi caer lápices labiales,
            polveras, recibos de agua y luz, cepillo, peinilla, cinta para el cabello, espejo, estuches de maquillaje, celular, hilo y

            aguja, bufanda, entre otras cosas, hasta que extrajo una pequeña cartera que presumiblemente contendría su cédula

            y algunos documentos más.






            Cerca, muy cerca, un poco delante de la línea de seguridad, un automóvil blanco, con la tapa del motor
            abollada y el parabrisas roto, mostraba sus luces intermitentes como señal de que algo había pasado.  Su


            conductora, me imaginé por su actitud, debía ser la señora vestida de celeste, que lloraba mientras hablaba
            por su celular.  Con gestos, llantos y hasta gritos trataba de explicarle a alguien que había atropellado a una


            persona.  Alcance a escuchar que decía:  “No... no sé qué pasó, esa pendeja se tiró, apenas la vi y frené,
            pero ya le había pegado”, escuchó algo y contestó luego, “No, yo estoy bien.  El carro tiene golpes en la


            tapa y el vidrio roto”.  Luego añadió, “No, no está muerta, están atendiéndola, la van a llevar al hospital,
            creó que se salvará, pero ven rápido que estoy sola, no se qué hacer, rápido, te espero...” y cerró la llamada,


            para atender al otro policía que en esos momentos la llamaba para tomar los datos del accidente, su version
            de los hechos.






            En la acera, docenas de personas se asomaban para ver lo que ocurría, despreocupadas de sus propias prisas por

            llegar a sus respectivos destinos, concentrados en registrar los acontencimientos en sus telefonos celulares.  Cuando

            la tragedia se asoma - palabras comunes pensé- la gente se pone reflexiva, un poco lúgubre, pero con caras que
            dicen que suerte que no fui yo y que suerte que lo vi y puedo subirlo a mi instragram.  Entre las pocas personas que

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