Page 73 - MEMORIA 2019
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Derechos de la mujer
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            Absorta, con la mirada fija en un punto indeterminado del piso, había pasado ya varias horas. Sus manos

            juntas, en medio de las rodillas, sudaban ese sudor frío característico de momentos como éstos. Adentro,

            a puerta cerrada, se definía el futuro de miles, de millones de mujeres; pero ella, la única mujer del grupo

            no estaba invitada; sola, en la amplia sala, esperaba.


            Pensaba en que le hubiera gustado tener un hijo. Nunca lo había pensado, no era un deseo, tampoco un

            repentino despertar del instinto materno, era más bien un razonamiento lógico: “si tuviera un hijo, tendría

            más argumentos, tendría un sentido más concreto y más práctico”, pero no era así.


            Confiaba en sus compañeros, siempre han defendido sus principios, sin contemplar los riesgos y habían

            enfrentado las consecuencias, con dignidad y heroísmo, pero con este tema y bajo las actuales circunstancias,

            era legítimo tener algo de duda, una incertidumbre fundamentada.


            El tiempo se fue haciendo lento, era posible escucharlo pasar, a través de ese rasgar ronco y monótono del

            amplio reloj de péndulo empotrado en la pared de la sala. Afuera, la brisa se había detenido y el sol caía

            implacable haciendo más plateada la arena de la playa desierta.


            Llevaban tres días en aquel lugar; la habían sacado, casi que a la fuerza de su casa y llevado hasta aquel

            cuartel militar, detrás del cual había una casona grande, amplia, de modesta decoración, lugar favorito del

            General.


            Cuando esa madrugada tocaron a su puerta, se despertó de inmediato, hacía ya varios días que cargaba los

            nervios de punta. Sospechaba que era vigilada de cerca por la policía; había observado señales; a veces un

            caminante misterioso, otras veces un auto en marcha lenta y sin placa y en ocasiones no veía nada, solo

            sentía una presencia pesada, como si alguien la observara desde la oscuridad, cada noche.


            Se había cuidado siempre de no hablar, públicamente, contra los militares y menos contra el General, aun

            cuando mantenía una activa participación sindical en la fábrica. Clandestinamente, por el contrario, había

            apoyado activamente las acciones de grupos irregulares de resistencia que luchaban contra la dictadura.


            El  riesgo  era  grande,  los  opositores  activos  contra  el  régimen,  que  eran  detectados,  desaparecían

            repentinamente sin dejar rastros. Los familiares le buscaban, inútilmente, en los hospitales y los cuarteles,

            pero nada, nadie sabía nada, simplemente no estaban.



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