Page 70 - MEMORIA 2019
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estaba en el umbral de sus más dolorosos recuerdos y con ellos se le escapa el hilo de vida, que aún lo
     CUENTO  sostenía.



            La policía envalentonada por los refuerzos y las nuevas municiones, decidieron dar el golpe final, el

            ataque total que definiera el conflicto. Los escuadrones militares se fueron tomando las calles una a una,

            lanzaban bombas dentro de las casas para hacer salir a los manifestantes que buscaban refugios.


            La cantidad de heridos superaban los quinientos, la mayoría con heridas a quemarropa, con el rostro,

            el pecho y la cabeza cubiertos de perdigones, muchos no volverían a ver nunca más en su vida, otros

            morirían envenenados por el plomo, otros agonizaban en el centro clandestino de atención médica que el

            doctor Salvatierra había instalado, para atender heridos sin riesgo de detención.


            Eran poco los dirigentes que aun permanecían en libertad, ya la manifestación no tenía ningún tipo de

            conducción, era el caos.


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            “Uno huele las desgracias, pero no se da cuenta hasta después que han pasado. Yo con todo y todo, tuve

            mis recelos desde que empezó la huelga, no era miedo, pero era como una brisita fría que me soplaba, de

            vez en cuando, las orejas.


            Esa tarde me encontré a Antonio; estaba cambiado, el hombre. Venía del extremo del pueblo, de las

            últimas fincas. Yo le vi que traía metío algo en la cabeza, ningún asunto bueno; el nunca fue de andar

            acelerao, siempre fue calmao, pero esa tarde andaba con un apuro.


            “Hay que agarrar a uno de ellos, algunos policías, pa obligar al gobierno que nos escuche” así me dijo.

            Esas no son cosas de Antonio, me dije yo, pero no le dije nada…”


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            Las fuerzas le habían abandonado por completo. Las laceraciones en todo su cuerpo; los golpes internos; la

            reciente herida en la cabeza; el hambre y la fiebre; doblegaron, finalmente, su voluntad. Inconscientemente,

            se fue entregando y resignando a la voluntad del destino.


            Había perdido la conciencia del dolor, su pensamiento ahora divagaba en su cabeza sin una dirección

            definida y contaba a su conciencia los últimos recuerdos que aún conservaba, como si tratara de ponerse

            en paz consigo mismo.

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