Page 71 - MEMORIA 2019
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            “Era jueves; ocho días exactos, desde que inició la huelga; entre el estropicio Antonio me contó que las

            bombas tiradas dentro de las casas habían matado a un niño de meses; que la policía había atacado las

            últimas casas de las fincas, que entraban tumbando las puertas y abusando de las mujeres, incluso de las

            niñas. Antonio no me dijo, pero yo supe, de una vez, que una de esas niñas era mi nieta, la ahijada de

            Antonio, más nada podía explicar la rabia que traía marcada en los ojos”.


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            Más de veinte heridos habían sido reunidos, en el amplio patio de una de las casas cercanas a las calles,

            intentaban desesperadamente reanimarles. Sólo podían limpiarles con agua las heridas, no había otra cosa

            que hacer.


            Un contingente policial se acercaba, detenían a todos los que encontraran a su paso: ancianos, niños,

            mujeres, sin distinción. Se concentraban especialmente en los heridos; eran los más vulnerables y además

            tenían evidencia de haber estado al frente de los combates. Una vez arrestados eran maltratados para que

            revelaran los nombres y los lugares en los que se encontraban los dirigentes, que, a estas alturas, ya casi

            nadie sabía.


            Antonio, que había presenciado la brutalidad con que la policía irrumpía en las casas de las fincas más

            distantes, se le había metido en la cabeza una idea, una sola idea para salir del conflicto: “tomar de rehenes

            a la mayor cantidad de policía posible y obligar al gobierno a que parara la represión”.


            Cuando el escuadrón entró por la parte exterior al patio en donde se encontraban los heridos, Antonio

            se decidió en concretar esa idea. Se levantó repentinamente, intentó atrapar al policía que había entrado

            por el lado derecho, pero el policía logró verlos cuando estaba a unos metros de distancia y abrió fuego a

            quemarropa.


            Antonio dio media vuelta en el aire y calló de espalda junto a sus compañeros, con el pecho desgarrado

            por el plomo.


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            “cuando la policía apareció, pensamos en huir, pero no podíamos dejar a los heridos. Yo estaba junto a

            Antonio cuando lo vi levantarse y correr hacia la policía, y unos segundos después, caer a mi lado con un


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