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sideral del verano de Santiago. La brisa mueve los árboles del bosque y crea pequeños remolinos

            de hojas amarillas por las veredas de adoquines rojizos. Los muchachos entogados se abrazan. Los             CUENTO

            familiares aprietan bocinas escandalosas hasta que se les tapan los oídos. Ya son profesionales. Ya

            están listos para aspirar a mejores salarios, a sueños más grandes, a historias diferentes. Después de

            tantos sufrimientos, noches sin dormir, filtros, trabajos en grupo, profesores de esos que son unos

            desgraciados por el bien de los estudiantes. Después de tantas luchas, por fin saldrían al mercado

            laboral a recoger los frutos de su educación.

                   Lida toma una, dos, tres, cuatro, cinco fotografías de los fuegos artificiales y de los cuadritos de

            confeti de papel metálico una pulgada por una pulgada que vuelan entre los graduandos. La banda toca

            una melodía que parece conocida. Quizás rock. Sí es rock, de Bon Jovi.  La tuba gime y la batería le da

            piquetes al aire. Los chicos de la banda sudan bajo los reflectores. Los birretes vuelan. Ella también tuvo

            una noche como aquella. Hace muchos años ya. Iba a ser la dueña del mundo, así tenía que ser. Ella iba

            a hacer cosas diferentes con su vida.

                   Lida se graduó de abogada, ejerció en las mejores firmas del país, hizo banca de fideicomisos,

            sociedades anónimas, bienes raíces, estudió un postgrado en gerencia durante las noches y luego

            se inscribió en una maestría de arte y escritura creativa en el extranjero. Cuánto amaba estudiar. La

            abogacía le ofrecía oportunidades financieras, mientras que los estudios de postgrado le ayudarían

            a ejercer en el mundo del arte. Le habría encantado dedicarse a escribir y enseñar. Escribir ficción y

            enseñar literatura, arte o filosofía. Ser como J.K. Rowling y escribir novelas espectaculares, con miles de

            seguidores en todo el planeta rendidos a sus pies.

                   Al volver de la maestría, sacó su licencia de traductora pública autorizada y se preparó para

            hacer las mil y una cosas que había planeado.

                   Sin embargo, allí está, con su teléfono inteligente, mandando posts de Instagram, Twitter

            y Facebook a la cuenta oficial de la institución para la que trabaja. Hace un par de comentarios

            ingeniosos, busca un par de likes. Se asegura de usar un hashtag pegajoso y que las fotografías

            expresen la misión del Instituto Nacional de Estudios de Nanotecnología. Lida baja su teléfono para

            revisar y editar las fotografías y mientras lo hace, comienza a recordar las cosas que nunca pasaron.

            Jamás ganó más de 1,500 dólares después de graduarse. Eso no da margen para cumplir muchos

            sueños que digamos.

                   Han pasado 15 años. 15 años desde que nació su niño. 15 años desde que, en lugar de


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